La historia de Heli es
tan árida y desoladora como el paisaje desértico en el que transcurre. Su
protagonista trabaja en una planta automovilística y, por las respuestas que le
da a una encuestadora del censo, sabemos que tiene un bebé
y que comparte su más que humilde casa con su esposa, su padre y su hermana
Estela, de doce años. Esta familia no lleva una vida fácil pero parece
mantenerse en los precarios márgenes de seguridad que permite una sociedad
donde policía, ejército y narcos tienen intereses comunes y un similar “modus
operandi” Una decisión equivocada del joven cadete y pretendiente de Estela dinamita
la frágil burbuja que protege a Heli y a los suyos y, a partir de ese momento, la
violencia les arrolla y los intentos de Heli por obtener respuestas chocan
con las autoridades mexicanas, más preocupadas por justificar sus desmanes
que por hacer justicia. A la puerta de su casa llegan los narcos, los militares
o los paramilitares, policías reales que parecen falsos y, por fin, la propia
Estela, superviviente del horror y condenada al silencio como otros muchos
mexicanos, víctimas del desgobierno y la corrupción que ya asomaban en
películas como Traffic (Soderbergh, 2002)
o en la serie norteamericana The bridge,
remake ambientado en El Paso de la serie sueca del mismo título.
La puesta
en escena es sobria y los planos, casi siempre estáticos salvo algunas
reveladoras panorámicas, tienen una sencilla composición que se limita a
mostrar lo que hay. Y lo que hay en una de sus secuencias más brutales es una
sesión de tortura en una habitación donde unos niños juegan a la “play” y una
mujer atiende a sus labores en el cuarto contiguo. Cualquiera que se haya enfrentado
a la descripción de los escarnios sufridos por los traidores al régimen de
Trujillo en La fiesta del chivo habrá
sentido una punzada en la boca del estómago y la necesidad de apartar los ojos
de las páginas escritas por Vargas LLosa. Lo mismo ocurre al leer los métodos
empleados en los interrogatorios de la Dirección General de Seguridad,
detallados por Isaac Rosa en su novela El
vano ayer. Y en La noche más oscura
(Kathryn Bigelow, 2012) asistimos al empleo sistemático de la violencia
para obtener información de los supuestos terroristas. Lo terrible y también el
acierto de la secuencia que Amat Escalante (premio a la mejor dirección en el
último festival de Cannes) filma con estilo casi documental es que no se
desarrolla en un calabozo o en una cárcel secreta, sino que ocurre en el
interior de una casa y se nos muestra como un acto cotidiano, casi un
entretenimiento. El horror como rutina.
No queda mucho sitio para la esperanza pero acaba
la película con un hermoso plano en el que Estela acaricia a su sobrino de
pocos meses, tendido en el sofá junto a ella. La luz del desierto se cuela por la ventana y desde el dormitorio llegan los gemidos de su hermano y de su cuñada.
Escalante funde a blanco. La vida continúa.
Almudena Ramos
Almudena Ramos
¿Almudena eres tú? Manifiéstate... El texto no está firmado pero estoy casi segura de que es tuyo... ¿me cuelo o no me cuelo?
ResponderEliminarDe las claves que aportas sobre el visionado de la película de Amat Escalante... me paro en una frase "el horror como rutina" y creo que ahí se encuentra el tono y lo principal de Heli. Y lo doloroso.
Me encantó leerte
Besos
Isabel
Gracias, Isabel. Se me había olvidado firmar (otra vez)
EliminarPues es una peli bastante dura pero yo la recomendaría sin dudarlo.
Un beso,
Almu.
Excelente crítica, Almudena. No he visto "The Bridge", pero sí "Traffic" y, la verdad, yo no la pondría en relación con esta película de Amat Escalante: la de Soderbergh me parece maniquea y manipuladora y a la de Escalante quizá sólo le reprocharía una tendencia a lo escabroso que no me preocupa tanto en las escenas verdaderamente relevantes que contienen la esencia de la película -la escena de la tortura-, sino en otros momentos en los que se me escapa un poco la importancia expresiva de ese recurso -el intento de seducción de la mujer policía en el coche-.
ResponderEliminarun abrazo,
Jordi Costa