Acercarse una vez
más al precipicio que el paso del tiempo crea no nos inmuniza del vértigo que
vamos a sentir al mirar hacia el vacío. Nuestra respuesta a cada permuta vital
es tan poco predecible como las marcas que ésta dejará en nuestra piel.
En Mis días felices, Caroline, (Fanny
Ardant) se asoma a este abismo, y tiene que afrontar, a sus recién cumplidos 60
años una jubilación anticipada, la muerte de su mejor amiga y un matrimonio que
soporta las inclemencias del tiempo como lo hacen la mayoría de los matrimonios
llegada una edad, instalados en la comodidad y en la costumbre.
La lucha de Caroline
por no malgastar esta etapa de su vida como un eterno recreo con clases de yoga
y cerámica en días alternos ocupa este relato orquestado por Marion Vernoux, quien habla de
nuevo del amor adaptando en esta ocasión la novela de Fanny Chesnel Une jeune fille aux cheveux blancs.
Caroline llega al centro
ocupacional local, homónimo al título de la película, con grandes recelos y una
suscripción de prueba regalo de sus hijas en su cumpleaños. Allí, es donde
Vernoux concede a la protagonista la indulgencia de volver a sentirse viva a
través de un affaire tan poco
creíble como innecesario para el film con un profesor de
informática 20 años más joven que ella.
Sin sobresaltos
emocionales, Vernoux no se implica en los sentimientos de unos personajes que
caminan por la historia con tan poca profundidad que hacen que los hechos
relatados naufraguen dejando a Mis días
felices a medio camino entre el drama y la comedia, sin acercarse demasiado
a ninguna de las dos orillas. El
conflicto que propone el affaire es desplazado por la naturalidad y calma con
que Caroline acepta su nueva situación, incluso cuando es consciente que su
amante resulta ser un hiperactivo sexual satisfecho con mantener idilios
encadenados.
Fanny Ardant nos
hipnotiza con su compostura escénica en una madurez física e interpretativa tan
espléndida como para llenar por sí misma la película, pero ello no evita que el espectador reclame a quien
está al frente del reparto una fuerza dramática como la que exudaba en La mujer de al lado, el arrebato con que
la apasionada Mathilde Bauchard luchaba por recuperar una relación perdida colmada
de ese amour fou que los franceses tan
bien han sabido siempre representar.
Quienes no imaginamos
el amor o el desamor sin lucha, no entendemos cómo Vernoux no opta por profundizar
en el dolor, la apatía, o el deseo, y deja que este film de momentos y
oportunidades que aparecen y desaparecen en la vida se mantenga en la
superficie sin entrar en conflictos internos que hubiesen hecho de esta historia
otra en la que, ajena a edades y fechas, todos podríamos haber sentido el
colapso que produce mirar al vacío.
Marta Alonso.
No he visto la película, Marta, pero las objeciones que planteas me hacen ver muy claramente las debilidades que este trabajo puede tener. Una muy buena crítica, de nuevo, Marta, aunque ya sabes que a la próxima ocasión tendrás que ponerte a prueba en otra "especialidad" cinematográfica en la que te sientas menos segura.
ResponderEliminarun abrazo,
jordi