… hace apenas unos meses se
estrenaba en las salas de cine un remake de La
vida secreta de Walter Mitty, una adaptación muy libre por parte de Ben
Stiller de un relato de James Thurber. En el cuento, Walter es un hombre gris
de clase media que sólo puede escapar de una vida mediocre a través de sus
sueños donde es un héroe que vive un sinfín de aventuras. Thurber planteaba la
alienación de la clase media a una vida sin alicientes. Pero también hay vidas
de personas emocionalmente quebradas que tan sólo tienen una posibilidad de
huida y de superar sus miedos…: los sueños que permiten vidas paralelas. Y
estas vidas paralelas se convierten en necesidad vital para la supervivencia.
Así el protagonista sin nombre (Andrés Gertrúdix) de 10.000 noches en ninguna parte (título evocador) encuentra una vía
para no terminar quebrándose del todo: crearse vidas paralelas y en esas vidas,
tomar vuelo, viajar.
Ramón Salazar empieza su
arriesgada propuesta con una cena improvisada y feliz donde cuatro personajes
hablan, se interrumpen y comen. Ahí dan dos claves sobre el personaje
principal: sus ojos como faros, que todo lo ven… incluso más allá (y Gertrúdix
posee unos enormes ojos de mirada especial) y la posibilidad de otras vidas o
reencarnaciones.
La realidad fracturada del
personaje principal, un joven de 27 años, y sus dos vidas paralelas transcurren
en tres ciudades europeas: Madrid, París y Berlín. Y cada ‘espacio’ tiene un
significado. Un Madrid monótono, frío y gris donde un joven atormentado vive su
monótona vida, solitario y aislado. Del trabajo a casa, de casa al trabajo (en
un parking retirado). Su soledad es interrumpida continuamente por una madre
alcohólica y autodestructiva y una hermana tocada y fracturada. Y esa madre
provoca la deriva en la vida de sus hijos y en la suya propia. Madre castradora
y frágil (conmovedora y compleja Susi Sánchez). Una madre que exige la
protección por parte de sus hijos y que los marca con sus vaivenes… El hijo
prefiere practicar el mutismo y el enterramiento de la memoria pero su
fragilidad le lleva al borde del abismo, a un dolor insoportable. Busca aferrarse
a un gesto o a una palabra de la madre que desgarra con sus zarpazos y
gritos-martillo…
París significa juego y luminosidad.
Recuperar a una amiga de la infancia (Lola Dueñas), un recuerdo agradable.
Carreras, objetos mágicos y escucharles, hablar con los muñecos rotos y con las
tumbas para averiguar qué historias esconden, aprender a nadar, tirarse por un
tobogán, enfrentarse a la vida sin miedo y sin límites. Sentirse cuidado y
protegido. Poder comunicar tus inquietudes, mostrarte empequeñecido y asustado,
temblar, pero saber que hay una mano que te empujará a subir escaleras y torres,
a no parar nunca. Llorar sin sentirse culpable.
Berlín significa experimentar,
amar, sentir la sensualidad y la creatividad…, formar parte de un grupo humano,
amistad (Najwa Nimri, Paula Medina, Manuel Castillo). Liberar una sexualidad
atrapada con alegría, sin tabúes, sin vergüenzas. Compartir confesiones y
dolores. Aprender, conversar. Recuperar una adolescencia eterna que se escapó
en el camino.
Al igual que sus personajes se
tiran por el tobogán parisino, a ritmo de Claro de Luna, Ramón Salazar se tira también
con su película y se desliza sin temor alguno. Asume riesgos al hacer volar a
sus personajes, sin miedo al exceso o al ridículo y consigue no caer nunca en
ambos adjetivos, se mantiene siempre en un acertado borde. Así compone un puzle
de imágenes sugerentes y se rodea de un elenco de actores que
arriesgan al límite y en caída libre. Y para poder volar sin ataduras…, el
director ha necesitado más de tres años para completar y poder levantar su obra. Salazar mezcla el
melodrama familiar trágico con el relato vital y luminoso de una pareja que no
deja de jugar, aderezado de una amistad libre de ataduras. Pero todas las vidas
paralelas cuentan con luces y sombras… que se van transmitiendo a través de los
ojos como faros del protagonista y de las bocas de las mujeres que marcan su vida.
10.000 noches en ninguna parte sufre la metamorfosis de una
mariposa gigante… De un gusano que se arrastra (Madrid) a un capullo protector
(París) hasta una mariposa libre pero con caducidad efímera (Berlín).
Isabel Sánchez
Querida Isabel: me has dejado sin palabras, no creo que nadie haya podido expresar mejor el significado de la película, estoy completamente de acuerdo contigo. Solo me gustaría añadir que me quedé muy impresionada sobre todo con el trabajo del protagonista, Gertrúdix, con sus enormes ojos como faros que todo lo ven. Quizá Walter Mitty vivía aventuras "más exteriores" (de más acción, físicas en otro sentido), en las que no necesitaba realmente mas que a sí mismo y buscaba triunfar para conquistar a la chica, mientras que "el hijo" de nuestra película sí necesita acompañantes para vivir esos sueños que le ayuden a transformarse en esa mariposa gigante!
ResponderEliminarBesos,
Pilar
Querida Pilar, los ojos enormes como faros de Gertrúdix y la forma de emplearlos para crear al 'hijo' es una pieza clave y un aliciente en esta película, que me gustó mucho más de lo que esperaba. Me metí totalmente en la historia y en las vidas paralelas. Me quedé con el rostro de este actor en una película nostálgica que se titula Aunque tú no lo sepas. Y la película de Ramón Salazar es arriesgada (o entras o no entras en ella) pero libre... como esa mariposa gigante.
ResponderEliminarBesos
Isabel
Estoy de acuerdo con Pilar: me da la impresión, Isabel, que eres la persona que mejor ha entendido el significado profundo de esta película EN EL MUNDO ENTERO!! Cuando la vi, el Gertrudix del presente madrileño me recordó a un joven Franz Kafka. El extraordinario y preciso último párrafo de tu crítica me ha recordado la manera en que cerraba Vladimir Nabokov sus lecciones sobre "La metamorfosis" en su Curso de Literatura Europea. Nabokov decía algo así como: recordemos que Gregorio Samsa es una cucaracha... que no sabe que bajo su caparazón tiene alas para echar a volar.
ResponderEliminarUn texto precioso, Isabel.
un abrazo,
jordi