La naturaleza del
amor es tan desconocida como los resultados del propio enamoramiento, capaz de
las más conmovedoras gestas y las más
terribles afrentas. Alain Guiraudie en El
desconocido del lago ofrece una radiografía minuciosa y nada benévola del
abismo al que conduce la búsqueda desesperada de tan codiciado sentimiento a
través de repetitivos encuentros fugaces que ansían aliviar la amarga soledad por
medio del contacto carnal.
En la tranquila
orilla de un idílico lago semioculto unos mismos personajes de los que no
sabemos más que llegan allí día tras día para despojarse de sus ropas y sus
vidas y disfrutar de la desnudez al sol, nadar, y de paso mantener encuentros
fortuitos que no necesitan justificación, se levanta una historia de amor que
aúna pasión, amistad, crimen y sexo. Alain Guiraudie, con un espectacular
sentido de la atmósfera, no sale de este pequeño microcosmos para contarnos la
historia de Franck, un treintañero que acude al lago al calor del sol y del sexo.
Allí establece una relación de amistad con Henri, un hombre solitario y de buen
corazón que pese a buscar cariño y atención no puede si no permanecer alejado
del resto de los bañistas y la dinámica sexual que allí acontece, pero será el
poderoso físico del atractivo Michael el que se convierta en el oscuro objeto
de deseo de Franck.
La capacidad de
observación casi documental de Guiraudie apuesta por un naturalismo extremo que
evoca a Éric Rohmer o Jean Renoir, dando
a cada plano un sentido pictórico a través del color y la composición. El rumor
de las hojas agitadas por el viento, única banda sonora acompañada en ocasiones
por el fluir del agua o de los cuerpos en este rincón de plácidas rutinas, nos
va aproximando a una historia que nos hace sentir como uno más de esos voyeurs
que mueven las ramas de los árboles en búsqueda de genitales, eyaculaciones y
feromonas.
Si La vida de Adèle mostraba una
exploración romántica del deseo, El
Desconocido del Lago, estrenada también en el pasado festival de Cannes
donde se alzó con el premio a mejor dirección en la sección Una Cierta Mirada, apuesta por una historia que apela al amor
irracional, carnal, y hedonista.
En este ejercicio sincero
y convulso hasta el dolor, Guiraudie sabe extraer el horror de la sordidez del
sexo más estéril dejando al descubierto las antinomias íntimas de un personaje dispuesto
a no querer ver el crimen de su objeto de deseo con tal de agarrarse a un
minúsculo filamento emocional que alivie una carencia afectiva más dolorosa que
la propia muerte.
Sin embargo la
historia como thriller no termina de zarpar y son varias las historias que se
quedan estancas en las aguas del lago. El espectador se aleja de los arbustos y
la maleza para buscar la médula de la historia de amistad entre Franck y el
entrañable Henri con los que no acaba de dar.
La tragedia de
Franck es la tragedia universal del miedo a la soledad absoluta y Guiraudie nos
hace meditar sobre ella a través de los engranajes del amor y sus difusas
fronteras, sin juicios, sin convencionalismos, sólo a través de una coreografía
de miradas, movimientos y encuentros convenidos.
Marta Alonso
Marta Alonso
No he visto la película, Marta, pero no sabes cómo han incrementado mis ganas de verla tras leer tu texto. De alguna manera, me has hecho vislumbrar la película a través de tus palabras y eso es uno de los grandes logros de un texto crítico. Mis felicitaciones entusiastas por este trabajo, Marta.
ResponderEliminarun abrazo,
jordi