martes, 31 de diciembre de 2013

La vida secreta de Walter Mitty


Enfrentarse a una crítica de La vida secreta de Walter Mitty ha sido todo un reto. Así que la voy desvelando en tres actos y dos propinas.

Primer acto: traición a James Thurber y los sueños
Sin duda ni Ben Stiller ni Norman Z. McLeod (director de la versión de La vida secreta de Walter Mitty de 1947) fueron fieles a la esencia del cuento breve de James Thurber. Ambos tan sólo toman la idea principal y luego se inspiran muy libremente… tan libremente que terminan traicionando el espíritu del cuento. Un hombre de clase media, un hombre gris, que sueña despierto… Pero en el relato va mucho más allá. El único espacio donde Walter Mitty es un hombre invencible, la única posibilidad de escape a una vida mediocre es en los sueños. Ésa es su única salida y su único asidero a algo parecido a la felicidad. Ahí está la ironía del cuento. El sueño os hará libres…, la realidad pondrá cadenas.

Sin embargo entre Ben Stiller y Norman Z. McLeod, hay un poco más de respeto al relato literario (por lo menos en la primera parte del film… cambiando a la esposa del cuento por una madre absorbente) por parte del segundo (aunque en la época Thurber mostró su rechazo hacia el film). Además McLeod juega a la parodia de géneros en los sueños y lo que no son sueños de Mitty (Danny Kaye haciendo de Danny Kaye) y da a la película un aire de cine de animación y comedia con toques de screwball que dota de encanto la obra cinematográfica. McLeod logra que nos dejemos llevar por el inconsciente de los sueños… Salta de cine de hospitales o bélico, a otro de aventuras, de cine musical, pasando por cine negro o de terror… y Mitty es un hombre que empieza a vivir una realidad tan movida como sus sueños… pero él quiere su vida tranquila y echa de menos sus sueños…

Ben Stiller termina domesticando los sueños de Walter Mitty… invita al personaje a que no sueñe sino que actúe. Traiciona el espíritu de James Thurber. Tan sólo toma la idea de un hombre gris que sueña despierto… se le va la olla… No hay parodia, ni algo parecido al cine de animación o una influencia del cómic (como su antecedente cinematográfico) e incluso nos preguntamos por qué realiza el tratamiento visual de las vivencias verídicas de Mitty como si fuera un sueño… Stiller sumerge a Mitty en un mundo de diseño visual muy cuidado, elegante, lleno de efectos digitales (muy bien hechos) y lo lleva a paisajes maravillosos en Groenlandia, Islandia y Afganistán. Además el director es consciente de su traición e introduce un gag que parece carece de sentido pero en realidad es una pura justificación. La única parodia que se permite es a la película de David Fincher, El curioso caso de Benjamin Button. Es como si Stiller quisiera recordar al espectador que Fincher también tomó tan sólo la idea principal y el título del relato corto de Fitzgerald… y luego creo libremente un relato cinematográfico.

La sorpresa vino cuando como espectadora la que esto escribe… estaba disfrutando de la propuesta de Stiller… a pesar de la traición al relato original y de sus irregularidades de tono, puesta en escena y guión…

Segundo acto: el espíritu de Frank Capra
Porque incluso Ben Stiller se traiciona como director y deja la parodia y la mala baba de sus anteriores trabajos Zoolander o Tropic Thunder… y realiza una fábula con mensaje. Una fábula en la que sobrevuela un espíritu capriano. Presenta la historia de un Juan Nadie que trata de sobrevivir en un mundo hostil y arrastra en este empeño a los suyos (su madre, su hermana, su compañero de trabajo, el hombre al que admira, la mujer de sus sueños…).

Como un George Bailey ve sus sueños truncados, ser un aventurero que recorre el mundo con su cresta y un patinete (es un Bailey algo más moderno, claro), por la repentina muerte del padre y su toma de responsabilidades. Termina encontrando un trabajo fijo (algo que ya forma parte de otra época como va a descubrir Mitty) en el departamento de negativos de la revista Life. Y dentro de su vida de renuncia de los sueños, trata de realizar bien su trabajo, cuidar a los suyos y ser una buena persona. Cada negativo merece un tratamiento cuidadoso.

Tercer acto: malos tiempos para la lírica
Y es como si Ben Stiller, con su Walter Mitty particular… reconociera que son malos tiempos para la lírica. Pero no renunciara a ella. Nos ofrece su propia lírica con un Juan Nadie que ve cómo los tiempos cambian. Como el Life en papel acaba, y llega otro mundo digital. Como su departamento ya carece de sentido. Como su puesto es prescindible… Y como hay un grupo de jóvenes cachorros sin escrúpulos al mando del cambio… sin tener en cuenta la cantidad de personas que lucharon día a día para que saliera la publicación en papel… Llevando el cambio sin ningún tipo de respeto por el otro.

Así Stiller quiere hacer un regalo a los Walter Mitty o Juan Nadie que tratan de ser buena gente, realizar bien sus trabajos y estar junto a los suyos… proporcionarles un motivo de búsqueda (que arranca por querer realizar bien su trabajo): el fotógrafo estrella que no renuncia al negativo (un Sean Penn carismático), al mundo analógico, envía un carrete con el negativo que será la última portada de Life en papel. Pero el negativo número 25 no está… y la revista tiene que salir a tiempo. Así Mitty emprende un largo viaje en busca del negativo perdido…

Convierte a estos Juan Nadie, Georges Bailey  o Walter Mitty en los últimos románticos que pueblan la tierra y que pueden recuperar la lírica. Y les permite plantar cara al joven cachorro cretino que va de jefe agresivo y decirle que realice su trabajo (reestructuración de la empresa para el cambio al digital) sin tener que ser un hijo de puta y jactarse de los despidos y del sufrimiento de los empleados… O que como los bardos o príncipes de cuentos se enamoren de la compañera de trabajo, la idealicen y la conviertan en el motor que le haga avanzar en su viaje…

Primera propina (spoiler): Space Oddity de David Bowie
Así esta espectadora se vio emocionada como una estúpida cuando Mitty en Groenlandia encuentra las fuerzas para subirse en un helicóptero con un piloto alcohólico y con mal de amores imaginándose a su amada en un karaoke con una guitarra cantándole su particular versión de Space Oddity de David Bowie.

Segunda propina (spoiler): Un gato fantasma
O alegre y meditativa cuando Mitty se encuentra por fin con el fotógrafo estrella que está en las altas montañas de Afganistán intentando captar un gato fantasma… y cuando éste aparece le suelta una perorata sobre que los momentos hay que vivirlos con intensidad…, sentirlos, y si se escapa una fotografía, otra vez será… el momento no lo has dejado pasar…

Entonces sales del cine contento, y quizá olvides la película en dos días, pero en ese momento deseas que Mitty anote un montón de viajes en esa agenda que le regaló su padre antes de morir para que cumpliera sus sueños…

Isabel Sánchez

domingo, 15 de diciembre de 2013

Le week-end




Y después de 30 años juntos…
 

Meg y Nick se van a Paris a pasar el fin de semana para celebrar su 30 aniversario de boda y para rememorar su luna de miel. “Podríamos vivir aquí” dice Meg, “¿y hacer qué?” contesta Nick, “podríamos ser artistas” afirma sonriente y feliz una Meg rejuvenecida tras su llegada a la ciudad del amor. La contestación del incrédulo Nick es: “imposible, no podemos ser artistas, somos de Birmingham”, y esa es parte de la frustración que domina a los protagonistas de esta historia que viven una vida vulgar y aburrida de la que intentan huir ahora que sus hijos han dejado el hogar.

Para Meg, una estupenda Lindsay Duncan, a la que recuerdo en Bajo el sol de la Toscana, que todavía despierta pasiones entre los jóvenes franceses,  su marido es el típico “ni contigo ni sin ti”, le desprecia y le recrimina, pero siempre acaba buscándole. Nick, interpretado por Jim Broadbent, encarna a la perfección este profesor universitario que a ratos parece un viejo verde necesitado del amor y sobre todo de la pasión de su mujer a la que tras una pelea en la que él acaba sangrando por accidente, obliga a enseñar los pechos como castigo, siendo esto un gran triunfo para él en su inexistente vida sexual con ella. Broadbent poseedor de un Oscar de interpretación secundaria por Iris, ha trabajado entre otros con los mejores directores británicos, y aunque para algunos será el estrambótico maestro de ceremonias de Moulin Rouge, para mí será siempre W.S. Gilbert de la estupenda Topsy-Turvy.

Recorren las calles de la bella ciudad de Paris – protagonista como lo fue Londres en su día de la cinta de Notting Hill también dirigida por Roger Michell, - como adolescentes traviesos o como viejos cascarrabias que apenas se soportan. Michell homenajea el cine de la nouvelle vague francesa con imágenes de Bande à part de Jean-Luc Godard como parte de la experiencia de nuestros protagonistas en el país.

El apasionado beso de película que Nick da a su mujer en plena calle, muestra su complicidad y que quizá no todo esté perdido después de tantos años, es interrumpido por Morgan, un espléndido Jeff Goldblum – al que echábamos de menos en la gran pantalla- viejo amigo de la universidad de Nick, quien sorprendido por la pasión “ese no es el beso que se le da a una mujer sino a una amante”, y feliz por el encuentro les invita a una cena en su casa al día siguiente. Morgan representará el dinero, la fama y el triunfo que Nick no pudo tener, pero también les ayudará a valorar más lo que sí tiene.

Melancolía, desilusión y resentimiento llenan esta comedia agridulce que bien podría ser lo que quizá nos muestre Linklater que les ocurre a Jesse y Celine en unos 20 años más cuando lleguen a los 60 (además del asombroso parecido físico que tienen Duncan y Delpy), pero, ¿triunfarán el cariño y la lealtad que se tienen las parejas que acaban convirtiéndose en uno después de 30 años juntos?
Pilar Oncina



viernes, 13 de diciembre de 2013

Je ne fais rien


Acercarse una vez más al precipicio que el paso del tiempo crea no nos inmuniza del vértigo que vamos a sentir al mirar hacia el vacío. Nuestra respuesta a cada permuta vital es tan poco predecible como las marcas que ésta dejará en nuestra piel.
En Mis días felices, Caroline, (Fanny Ardant) se asoma a este abismo, y tiene que afrontar, a sus recién cumplidos 60 años una jubilación anticipada, la muerte de su mejor amiga y un matrimonio que soporta las inclemencias del tiempo como lo hacen la mayoría de los matrimonios llegada una edad, instalados en la comodidad y en la costumbre.
La lucha de Caroline por no malgastar esta etapa de su vida como un eterno recreo con clases de yoga y cerámica en días alternos ocupa este relato orquestado por Marion Vernoux, quien habla de nuevo del amor adaptando en esta ocasión la  novela de Fanny Chesnel Une jeune fille aux cheveux blancs.
Caroline llega al centro ocupacional local, homónimo al título de la película, con grandes recelos y una suscripción de prueba regalo de sus hijas en su cumpleaños. Allí, es donde Vernoux concede a la protagonista la indulgencia de volver a sentirse viva a través de un affaire tan poco creíble como innecesario para el film con un profesor de informática 20 años más joven que ella.
Sin sobresaltos emocionales, Vernoux no se implica en los sentimientos de unos personajes que caminan por la historia con tan poca profundidad que hacen que los hechos relatados naufraguen dejando a Mis días felices a medio camino entre el drama y la comedia, sin acercarse demasiado a ninguna de las dos orillas.  El conflicto que propone el affaire es desplazado por la naturalidad y calma con que Caroline acepta su nueva situación, incluso cuando es consciente que su amante resulta ser un hiperactivo sexual satisfecho con mantener idilios encadenados. 
Fanny Ardant nos hipnotiza con su compostura escénica en una madurez física e interpretativa tan espléndida como para llenar por sí misma la película, pero ello no evita que el espectador reclame a quien está al frente del reparto una fuerza dramática como la que exudaba en La mujer de al lado, el arrebato con que la apasionada Mathilde Bauchard luchaba por recuperar una relación perdida colmada de ese amour fou que los franceses tan bien han sabido siempre representar.

Quienes no imaginamos el amor o el desamor sin lucha, no entendemos cómo Vernoux no opta por profundizar en el dolor, la apatía, o el deseo, y deja que este film de momentos y oportunidades que aparecen y desaparecen en la vida se mantenga en la superficie sin entrar en conflictos internos que hubiesen hecho de esta historia otra en la que, ajena a edades y fechas, todos podríamos haber sentido el colapso que produce mirar al vacío.

Marta Alonso.

martes, 10 de diciembre de 2013

Mi papá ya no es más mi papá


Un hombre golpea a otro, una mujer abraza a un niño, un hombre abraza a un niño, dos mujeres se abrazan... Conociendo lo poco dados que son los nipones al contacto físico, cómo será la última historia de Hirozaku Koreeda para que a sus personajes no les basten las palabras.

Pues la historia, realmente es de las que dejarían mudo a cualquiera que viviera algo así en la realidad: seis años después del nacimiento de un niño, el hospital informa a sus padres de que hubo un error y su hijo fue cambiado por otro. Por si eso fuera poco, también se aporta otro dato: hace cuarenta años, cuando esos errores eran más frecuentes, el cien por cien de las familias afectadas intercambiaba inmediatamente a los  niños.

Koreeda vuelve a la realidad pura y dura de Nadie Sabe o Still Walking después del bellísimo cuento que fue Kiseki, y lo hace con un tema sumamente delicado haciendo además un repaso a la sociedad japonesa actual, en cuyos hogares conviven las tablets con los altares a los antepasados. Las dos familias cuyas vidas se ven alteradas por la noticia son muy diferentes, tanto en estructura como en cultura y valores y puede ser sujeto de controversia escoger a una de las parejas, concretamente al padre  (no hay que olvidar que tanto en el título japonés, como en el inglés y el español, la palaba que aparece es “padre”) como hilo conductor de la historia pero, aunque Koreeda utiliza personajes secundarios y subtramas para exponer opiniones o hacer entender las acciones de sus personajes, no se permite juzgar  a ninguno de ellos.

La fuerza de la sangre o de la convivencia se miden además en medio de la habitual sutileza y exquisitez formal de este director cuya elegante y reconocible puesta en escena aparece en los escenarios urbanos, esas ciudades aparentemente dormidas, las calles, los omnipresentes trenes… que ilustran las pausas en la narración, y en los momentos cotidianos que acercan la realidad de su país a la mirada occidental. La cámara de Koreeda ilumina y mira de manera diferente cuando lo que tiene ante si es una institución oficial, sea la academia, la oficina, el juzgado…  o cuando entra en los hogares o sigue los juegos infantiles. Koreeda además, tiene el especial talento de saber cambiar el punto de vista según quien mire sea un adulto o un niño.

Lo que sienten los niños de las dos familias es la duda que pesa en el espectador durante gran parte del metraje porque siendo los protagonistas involuntarios, son mantenidos al margen. Cuando se adueñan de la situación, la película se abre y se inunda con el desparpajo y los interminables porqués de uno de los niños y los inmensos ojos y reflexivos silencios del otro. En la hermosa escena final que quien esto escribe sólo vería más bonita si fuera muda, Koreeda y su cámara muestran lo que es un pequeño corazón herido y guardan la misma prudencial distancia que el padre mantiene con su hijo y miran desde abajo, donde está el adulto, hacia arriba donde está el niño y se quedan esperando a unos metros porque, si sus caminos confluyen, ese momento les pertenece sólo a ellos.

De tal padre, tal hijo fue Premio del Jurado en Cannes y el presidente del mismo, Steven Spielberg, se ha asegurado los derechos para hacer la versión americana. No va a ser fácil porque algo muy próximo a la mejor manera posible está ahora mismo en pantalla.


Ana Álvarez

Para que una fuga tenga éxito…



… es necesario: 1- conocer los planos, 2- conocer las rutinas y 3- contar con ayuda, interna o externa.

1.- Conocer los planos. Plan de escape, de Mikael Hafström, es un elemento de la Especie cinematográfica; Género acción; Familia carcelaria; Orden fuga; Clase reunión de viejos conocidos;  División mamporros; Reino SchwarzeStallone.  Para los queridos espectadores que no se sientan atraídos,  Le week-end está en la sala de al lado.

2.- Conocer las rutinas. Desde La Gran Evasión (1963) a Prison Break (2005) la premisa básica es la misma: escaparse de una cárcel. Sobre esa línea se dibuja el resto: uno o varios protagonistas, inocente/s o redimido/s o pagando el pato por otros. Un tipo de carácter, inteligente y con instinto de supervivencia. En una fuga múltiple se repartirán arquetipos.
Brubaker sólo hubo uno así que la villanía del alcaide aunque sea opcional, suele funcionar: es difícil olvidar al Donald Sutherland de Encerrado (1989) o a Bob Gunton de Cadena Perpetua (1994). La prisión en sí, cuanto más extrema y más rara, mejor: a Christopher Lambert le encerraban en la Fortaleza Infernal (1992) y a Ray Liotta le soltaban en una isla en Escape de Absolom (1994); a Rutger Hauer bastó con ponerle un dogal explosivo al cuello en Peligrosamente Unidos (1991) y los convictos de Con Air (1997) iban en avión… Para los queridos espectadores que salgan huyendo, 3 bodas de más está en la sala del otro lado

3.- Contar con ayuda interna o externa. Obligado a abandonar su carrera política, Arnold Schwarzenegger volvió al cine para deleite de quienes le echaban de menos y horror de quienes no, y se sumó al injubilable reparto de la nueva franquicia creada por su colega Stallone. Los Mercenarios, que cumplía los sueños húmedos de los fans de la acción de los ochenta, dejaba no obstante seco el de tener justo a estos dos cara a cara y mano a mano.

Mikael Hafström tiene en su haber títulos tan dispares como Shangai, película con aroma del Hollywood de los años 50 por los cuatro costados y 1408, adaptación de un cuento de Stephen King. No son de fuegos artificiales pero sí muy correctas y, si se suma a ellas la película que nos ocupa, puede decirse que este hombre conoce y maneja las claves de los géneros que toca y, en lo que concierne a Plan de escape que viene precedida de la carga de prejuicios contra Género y Reino y la idea de que es mala, no se ha contentado con tener a dos galácticos como protagonistas para sacar adelante el proyecto.

Plan de escape no pretende competir en las grandes ligas y corre el mismo riesgo de ser olvidada que muchas otras pero es una muy entretenida película que hace algo más que aprobar por la mínima. Cuenta, además de con Jim Caviezel, con otro par de rocosos intérpretes como Vincent D’Onofrio y Sam Neill y sabe mantener bien el ritmo. Más que humor hay socarronería por cierto no exenta de incorrección política y Ray Breslin y Emile Rottmeyer tienen entidad más allá de los mitos que los interpretan (sí, el verbo es correcto). Vale que este no sería el título que quien esto escribe recomendaría para acercarse a ellos pero desde luego no  es el peor (ni tampoco de Jim Caviezel).

Conociendo pues el percal, y visto el aforo completo de mi sala, cabe concluir que sus incondicionales no necesitan ánimos y para el resto siempre habrá un Hobbit.


Ana Álvarez        

lunes, 9 de diciembre de 2013

This is the World's End





Fin del mundo. Las tres palabras que vendrían acompañadas de una foto de Roland Emmerich en un hipotético diccionario del cine han sido llevadas a la gran pantalla desde múltiples prismas. Desde la destrucción más absoluta y espectacular (Ultimatum a la tierra) hasta lo más individual e íntimo (4:44 Last day on earth). Para los más pequeños (Wall-E) o para aquellos más adultos (Melancholia). Ecológicas (El día de mañana) o metafóricas (Take Shelter). El apocalipsis ha sido retratado desde todo género imaginable. Curiosamente este año dos comedias han cogido esta temática para convertirla en el centro de sus historias. Lo más interesante de ello es que ambas han parecido ponerse el traje de sus compañeras y retroalimentándose han decidido descubrir cómo se siente ser el otro por un día. Juerga hasta el fin y Bienvenidos al fin del mundo tienen más cosas en común de lo que parece. El progreso y el fin se interrelacionan para ayudar a sus creadores a hacer una reflexión sobre sus particulares estilos.

Seth Rogen y Evan Goldberg dirigen Juerga hasta el fin, una historia apocalíptica con tintes autobiográficos en los que múltiples actores y artistas son víctimas del Apocalipsis, en el sentido bíblico de la palabra. Seth Rogen, James Franco, Jonah Hill, Jason Segel, Martin Starr, Michael Cera… Multitud de nombres relacionados con las producciones de Judd Appatow. De ahí que la película no se salva de lo que podríamos referirnos como “toque Appatow”: historias con premisas aparentemente transgresoras que en su desenlace nos descubren esa moralina que estaba subyaciendo durante todo el metraje. No hace falta más que acercarse a cualquiera de las obras que entran dentro de este círculo y cogiendo un par de ellas al azar descubriremos como esta fórmula se descubre infalible: Virgen a los 40, Paso de ti, La boda de mi mejor amiga o Freaks and geeks y Girls por entrar en el formato televisivo. De ahí que lo más interesante de esta película es reflexionar sobre si ese “end” del que habla el título original del film se refiere al de esta fórmula. Reflexión que podría personificarse en Danny McBride.



 
Más allá de su irrupción, que rompe el ritmo de la película, Danny McBride parece dar vida a un personaje (en el que, como el resto, se interpreta a sí mismo) que trasciende la propia película. No puede ser casualidad que James Franco en un momento dado, hablando a cámara verbalice su deseo de que McBride abandone la casa ya que él no tiene nada que ver con el resto de los habitantes. Es alguien al que nadie invitó a esa fiesta. El momento en el que más evidente se hace esta intrusión es en el que intentan expulsarle. Tras escuchar los comentarios de sus compañeros, McBride entona un discurso melodramático que compunge el corazón de todos sus compañeros para acabar intentando dispararles. Tras vestirse de personaje Appatow, el protagonista de Eastbound & Down decide mirar solo por sí mismo y en un acto de egoísmo tratar de acabar con el resto. McBride es el único personaje puramente malvado de una película en la que todos sus personajes descubren su maldad. Que el único destino que desconozcamos sea el de su personaje abre la posibilidad de que él tenga el poder de rehacer el mundo (su mundo) tal y como lo conocíamos.  

En conclusión, Juerga hasta el fin se vale de una serie de películas (películas que ellos mismos habían creado) para hacer una reflexión sobre el lenguaje de las mismas. Exactamente lo mismo que habían hecho (quizás buscando menos trascendencia) Edgar Wright y Simon Pegg en las dos primeras películas de la denominada trilogía Cornetto: Zombies Party y Arma Fatal. Era de esperar algo similar para el cierre de la misma: Bienvenidos al fin del mundo.



Bienvenidos al fin del mundo es quizás la historia más redonda que hay en la corta (y hasta ahora fabulosa) filmografía de Edgar Wright. Si hablábamos de un “toque Appatow” podríamos hablar también de un “toque Wright” que consistiría en hacer una especie de popurrí de géneros para valerse de las convenciones de los mismos para narrar una historia propia. Un toque que Wright debería compartir con otro de los nombres que mejor uso ha hecho de esta técnica como es James Gunn. En su última película, Wright nos sorprende con una premisa transgresora que en su desenlace nos descubre el mensaje (¡no moralina!) que subyacía durante todo el metraje. ¿Nos va sonando de algo?

Si cogemos Los amigos de Peter y hacemos que el motor de Peter esté (mucho) más relacionado con la nostalgia de tiempos pasados y le añadimos unos cuantos extraterrestres y unas gotas de patetismo, conseguiremos Bienvenidos al fin del mundo. Scott Pilgrim se ha hecho mayor y sabiendo que quizás los mejores años de su vida ya han sido vividos no le queda otra que sustituir esos 7 ex siniestros con los que luchaba antes por 12 cervezas que beber en un recorrido plagado de obstáculos. Desde metáforas en forma de vehículos, bandas sonoras de los 80 que dan paso a hits electrónicos o diálogos mucho menos crípticos, Bienvenidos al fin del mundo nos narra la historia de Gary King (Simon Pegg) que trata de ocultar bajo litros de alcohol que no tiene nada en su vida mejor que sus recuerdos. Con una propuesta tan aparentemente dramática Wright y los suyos (en el sentido más amplio de la palabra, a los habituales Pegg y Frost se unen otros colegas como Considine, Freeman, Heap…) ayudados por envoltorios de helados, vallas y diálogos solamente superados en su velocidad y ritmo por el montaje del film, fabrican una de las comedias más acertadas del año.

Si como muchos profesionales de guion apuntan, un protagonista debe tener un antagonista interno y otro externo, Wright y Pegg deciden que los de King sean contradictorios. El personaje genialmente interpretado (una vez más) por Pegg debe luchar contra el progreso externo que tiene que aceptar internamente. Aún así, el desenlace de esta trilogía Cornetto, que más allá de helados del mismo nombre tiene en común la lucha de unos pocos contra unos muchos, finalmente decide izar la bandera del ser humano, la de la mediocridad, que como dejó claro al final de la primera temporada de Misfits un recién salido de la adolescencia Nathan Young en un discurso muy similar al que hace Gary King en la resolución del film, va más allá de cualquier conflicto generacional.

Jay Baruchel decía que Juerga hasta el fin era necesaria a modo de catarsis ya que muchas de las cosas que se echaban en cara los personajes necesitaban hacerlo las personas detrás de esos personajes. Catarsis que podría unirse a la que tienen los personajes de Frost y Pegg cerca del final de Bienvenidos al fin del mundo.  Debemos olvidarnos de los éxitos del pasado para centrarnos en el futuro. Independientemente de los gustos de cada uno, una cosa parece clara: Danny McBride desentonaría mucho menos entre la pandilla que formaban los personajes de Wright que lo que lo hacía entre la de los de Appatow. Que nos sirva eso como consuelo ante el final de la trilogía Cornetto y como continuación de las obras de la factoría Appatow.

Aron Murugarren

domingo, 8 de diciembre de 2013

El consejero de Ridley Scott


… un rastro de destino inevitable y de nihilismo destructivo recorre cierta cinematografía norteamericana (que se inspira, muchas veces también, en tradición literaria). Metros de fotogramas donde la codicia y el mal habitan sin ser destronados y donde cualquier inocencia es pura quimera. Abogados que deciden pasarse al otro lado, dilemas morales que no pueden ser resueltos, posibilidad de estar tan pronto en la cima como caer al abismo, asesinos sin un atisbo de piedad, territorios sin ley… algunos en la frontera entre dos países (dos mundos), mujeres y hombres fatales sin sentimientos o emociones, una violencia tan natural que espanta, rumbos sin posibilidad de huida ni de redención y cadáveres solitarios en los vertederos, en el fondo de los puentes, flotando en el agua o en las cunetas… Y al final una manera de ver el mundo, una filosofía oscura de lo inevitable y con una visión muy negativa del ser humano. Guionistas y directores crean una misma senda que conduce a un mundo donde el pesimismo y la poca fe en el ser humano ofrecen un futuro en picado. Y sin embargo, no se sabe muy bien cómo, hay una mezcla de romanticismo trágico, poesía visual, tragedia griega con ecos shakesperianos y a veces, como herramienta de supervivencia, un humor muy negro. El camino pasa por Abraham Polonsky (La fuerza del destino), continúa en Jules Dassin (Noche en la ciudad), se regodea en Samuel Fuller (Manos peligrosas) y Sam Peckinpah (Quiero la cabeza de Alfredo García), resucita con los hermanos Coen (No es país para viejos), Andrew Dominik (Mátalos suavemente) y William Friedkin (Killer Joe) y continúa ahora con Ridley Scott y El consejero.

En El consejero se une el dominio visual que imprime Ridley Scott en muchas de sus mejores obras cinematográficas (además del pesimismo latente de sus mejores películas) con el universo literario del octogenario Cormac McCarthy quien ejerce como guionista cinematográfico (su segunda vez, la primera fue a finales de los años setenta para la televisión con The gardener’s son). El autor de No es país para viejos o La carretera (ambas adaptadas al cine) desata su mirada reflexiva sobre un mundo codicioso y violento donde los seres humanos son marionetas del destino. Y donde la inocencia es un estado del alma difícil de mantener o salvar. Y no sólo eso sino que además sus protagonistas son responsables hasta sus últimas consecuencias de las malas y buenas decisiones y elecciones realizadas en sus vidas. Y donde es imposible olvidar la presencia continua de la muerte.

Desde la primera secuencia, antes de los títulos de crédito, intuimos que un destino turbio e inquietante espera a esos dos amantes que se dicen frases lascivas bajo unas sábanas blancas… y que esa claridad es lo más cerca que van a estar de tocar algo parecido a la felicidad. Y es que El consejero empieza cuando todo el engranaje está ya puesto en marcha, sin posibilidad de vuelta atrás, y sin que sus personajes puedan apenas hacer nada. Solo esperar. Y en esa espera los personajes dialogan y también filosofan sobre la amistad, el amor, el sexo, la violencia, la muerte, los dilemas sociales o la codicia… mientras paralelamente, somos testigos de un viaje de un camión cargado de drogas entre México (Ciudad Juárez) y EEUU (Chicago) que va cambiando el destino de los personajes. Según ese viaje se va torciendo, los personajes protagonistas que estaban en la cima van cayendo y otros van surgiendo de las sombras hasta que sean de nuevo relevados (quizá de la manera más violenta, como sus antecesores)… el destino es imparable como una rueda que nunca deja de girar.

Además El consejero cuenta con una buena galería de actores protagonistas y secundarios interminable que habitan una historia con aires de neo noir filosófico y película de frontera donde todo transcurre en una atmósfera inquietante y de fátum inevitable. Cinco son los protagonistas rodeados por unos secundarios que actúan como guardianes de la cadena de sucesos y caídas (Rosie Pérez, Ruben Blades, John Leguizamo, Bruno Ganz...). Además de las buenas interpretaciones de Michael Fassbender (el consejero del título que pasa de la cumbre a la caída, de la sotisficación a la lágrima y el vómito), Brad Pitt (que protagoniza una de las escenas más violentas), Penélope Cruz (en el rol más plano de mujer enamorada a la que golpeará y arrastrará a lo más hondo la decisión del hombre amado) y Javier Bardem (un veterano en el universo de McCarthy… con extraños sucesos capilares. Si en No es país para viejos transformó a el príncipe de Beckelar en un temible asesino, en El consejero es un Pumuki moreno que se convierte en un narcotraficante filósofo… y lo bueno es que en ninguno de los dos casos sale mal parado), sorprende gratamente una Cameron Díaz como mujer fatal y depredadora (como sus mascotas, dos leopardos) que se pasea con un diente de oro y unos tatuajes felinos.

El consejero es una película anómala —extraña e irregular— que esconde escenas poderosas y diálogos filosóficos que conducen a una visión nihilista y trágica de la vida, a un estudio pesimista sobre el poder destructivo de la codicia.

 Isabel Sánchez