domingo, 17 de agosto de 2014

Guardianes de la Galaxia


En Hoop Dreams, el documentalista Steve James seguía durante cinco años el dia a día de dos preadolescentes cuyo sueño era jugar en la NBA. A pesar de que todo apuntaba a que tendrían que unir fuerzas en un mismo equipo, la familia de uno de los dos chavales no pudo hacerse cargo de los costes del instituto. Los dos jóvenes por separado muestran aptitudes y destacan por su calidad pero su intento de abordar la mejor liga del mundo acaba resultando fallido. Además de funcionar como dispositivo temporal, que habrá que ver si la inminente Boyhood acaba superando, una de las múltiples conclusiones con las que jugaba el documental era la posibilidad de que si ambos jugadores hubiesen compartido equipo, a lo mejor la historia hubiese tenido un diferente final. La recién estrenada Guardianes de la Galaxia, desde su propio título hace referencia al colectivo. El concepto sobre el que gira no es otro que ese: una unión de fuerzas que acaba funcionando no solo en el aspecto competitivo sino también en el afectivo. A pesar de lo fácil que resulta la comparación con Star Wars, quizás tiene más parentesco con El Mago de Oz. Un El Mago de Oz con aviones, explosiones, seres de otro planeta, un hombre detrás de la cortina que pretende originar un genocidio y en el que el “home” de “There´s no place like home” está más cerca de un estado emocional que físico. 

James Gunn se da a conocer mundialmente con este estreno, a pesar de que en su curriculum se pueden hallar dos grandes películas como Slither y (la gigantesca) Super. En Guardianes de la Galaxia se encuentran sus principales características: el sentido del humor como engranaje básico de la historia y un manejo magistral del tono de la misma. El motor de los protagonistas de esta película es realmente trágico. El propio Gunn comentaba que el corazón de la historia, bajo su punto de vista, estaba representado en Rocket Racoon, un mapache exhausto tras todos los experimentos que habían hecho con él y harto de que todos lo consideraran un monstruo. Los Guardianes de la Galaxia, una vez han perdido todo posible interés material por cumplir con su misión, deciden enfrentarse al antagonista de la película en lo que ellos mismos consideran una misión suicida... porque realmente no tienen nada que perder. Nadie les echará de menos si pierden. Dicho esto, la pelicula nunca pierde su tono lúdico-cómico y no se embarca en crisis existenciales. Todos los personajes tienen un potencial cómico directamente relacionado con su carácter a pesar de que el único gracioso per se (entendiendo esto como aquel que trata de ser cómico conscientemente) es Peter Quill, algo que como veremos en forma de baile, también tiene su razón de ser. Por eso mismo decir que el film es autoconsciente, o parodia de su propio género sería un grave error. Existen secuencias dramáticas y su efectividad (narrativamente y técnicamente) es tal que es altamente probable que los espectadores recuerden cualquiera de estos momentos por encima de los gags (que funcionan a la perfección) o las peleas (que abundan y están realizadas de forma exitosa).

Cuando habitualmente nos referimos a actores o actrices fetiche de un director, hablamos de aquel que trabaja en varios papeles con él. En Guardianes de la Galaxia, James Gunn no se olvida de sus habituales: Michael Rooker, Sean Gunn, Lloyd Kauffman... ¡Hasta Kevin Bacon tiene su propio guiño! Da la sensación de que para el director americano más que actores fetiches estaríamos hablando simplemente de, y que se me perdone la posible cursilería, colegas. Por eso que haya sido elegido para dirigir y co-escribir la adaptación cinematográfica del cómic creado por Steve Gerber es un acierto. En unos tiempos en los que predominan tantos hombres de acero y caballeros oscuros y en los que las películas grupales necesitan crear largometrajes individuales para cada uno de los personajes (que en algunas ocasiones, ni siquiera tratan de disimular su condición de mero trámite), Guardianes de la Galaxia se postula como una “rara avis” transgresora. A pesar de abundar historias que tratan de contarnos el origen del superheroe de turno, en esta solo encontraremos una secuencia inicial y un apunte final que nos ayudará a saber todo lo necesario sobre StarLord. Apunte, además, directamente relacionado con la razón por la que se crea este grupo de guardianes galácticos. Del “Yo soy Groot” al “Nosotros somos Groot”. Al finalizar la película no se nos advierte de que Starlord volverá pronto, o de que dentro de unos años podremos volver a ver a Mapache Cohete, o de cuándo será la próxima cita en la que nos reencontraremos con Gamora. El texto que aparece antes de los créditos nos indica que “Los Guardianes de la Galaxia volverán pronto”. 

Aron Murugarren

lunes, 23 de junio de 2014

Y yo te buscaré…


 Es posible y deseable que Todos estén muertos sea una película de largo recorrido, de esas que no tienen un éxito masivo sino que se infiltran poco a poco hasta llegar a un público que, igual sin saberlo, va a ser especialmente receptivo.
Beatriz Sanchís debuta en el largometraje con una historia que hace equilibrios en la cuerda de la nostalgia con la poderosa imaginería de los años ochenta y la movida utilizando la música, la estética y creando un grupo, Groenlandia, que no por casualidad lleva el mismo nombre que el mítico título de Bernardo Bonnezzi (fallecido poco después de su creación) popularizado por Los Zombies. La canción Corazón Automático podría haber sido un hit de entonces y la historia de Lupe, interpretada con la dúctil fragilidad de alambre de Elena Anaya, remite a la de Ana Curra, vocalista de Parálisis Permanente que perdió a su novio en un accidente de coche por aquella época.
La película transcurre en unos años noventa que Beatriz Sanchís presenta con decadencia finisecular. Los ochenta son la década precedente pero ya empiezan a tener la aureola mítica que no dejará de crecer hasta la actualidad. Los protagonistas son Lupe, una estrella del pop rock de entonces en horas muy bajas, su madre y su hijo adolescente Pancho. Lupe se ha quedado atrás, varada en un momento de hace quince años, padece agorafobia y apenas tiene relación con Pancho para quien es poco más que una desconocida. Es la abuela la que le ha cuidado y tira de la familia pero ya no puede hacerlo más y debe lograr de algún modo que Lupe tome las riendas de su vida.
La directora introduce entonces de manera muy básica aunque original, un elemento fantástico logrando no sin dificultad que no chirríe: puesto que Lupe vive rodeada por los fantasmas de un pasado del que no logra salir, será el fantasma de Diego, su hermano muerto, el encargado de intentar enderezar la errática vida de la chica, no sin antes entender y aceptar unas cuantas cosas de la suya propia.

Si bien el resultado puede calificarse de irregular, Todos están muertos es una propuesta valiente y muy de agradecer. Una historia sobre la muerte y el ansia de trascendencia para sofocar el miedo. Habla de los fantasmas, del peso del pasado y la culpa y la imperiosa necesidad de buscar, buscar cómo amar y a quién y cómo ser amado; buscar siempre y por donde sea un camino para continuar hacia delante aunque echar la vista atrás sea inevitable.
Ana Álvarez

jueves, 19 de junio de 2014

El rey fugaz


"Stella Cadente" (Lluís Miñarro, 2014)

Quizá lo más interesante de una película como “Stella Cadente” sea su carácter de obra que desdice en varios momentos aquello que parece querer ser: no llega a ser ni una película histórica, ni un biopic, ni un melodrama de pasiones más o menos inconfesables, y sin embargo, tiene mucho de todo eso, y también coquetea con el musical. Esa hibridación genérica es la apuesta del productor Lluís Miñarro, en su primer largometraje de ficción como director, para aproximarse a una figura histórica tan desatendida por el cine como es la del único rey de España elegido por un parlamento, Amadeo I de Saboya, en su corto reinado (1871-3). Con la ayuda del dramaturgo Sergi Belbel, Miñarro elude los mecanismos de la representación habitual de la Historia en el cine, y nos ofrece un divertimento (según la propia declaración del director en los créditos finales) que también tiene algo de oración fúnebre por la España que pudo y no llegó a ser.

Cabe elogiar varios aspectos en la película: la libertad de tono, algunas refrescantes extravagancias argumentales, su desenfado sexual (con cita/variante a Courbet y su “El origen del mundo” incluida), un magnífico trabajo actoral (desde Álex Brendemühl como un melancólico y epicúreo Amadeo hasta una elegante y sensual Barbara Lennie como la reina, pasando por Lorenzo Balducci, Álex Batllori o Francesc Garrido), o la prodigiosa labor de Jimmy Gimferrer en la composición de unos encuadres eminentemente pictóricos, extrayendo un sinfín de matices a la textura digital de la luz. Sin embargo, por una paradoja, esta sobreabundancia de planos exquisitamente iluminados produce en ocasiones la sensación de que la narración y las potencialidades expresivas del plano quedan supeditadas a la belleza del encuadre, a los efectos de luz.

En cuanto a la vertiente política del film, es esencial, en una de las primeras secuencias, la declaración de principios de Amadeo, filmada mediante un primer plano del personaje, y que se muestra como el reverso irónico, a la luz de la historia de España, del reformista programa que enunciaba el ministro Colbert en “La toma del poder por Luis XIV” (1966) de Roberto Rossellini, quizás un referente en la forma desdramatizada de abordar el género histórico de “Stella Cadente”. Hay algo, no obstante, en esta poderosa propuesta política inicial de la película que no termina de desarrollarse, perdiendo peso específico en el interés del autor en beneficio del laberinto de pasiones del monarca y su círculo, como si la pretendida carga de profundidad contra los eternos (y actuales) males de España apenas traspasara la superficie.
 
Javier Valverde


jueves, 12 de junio de 2014

AL FILO DEL MAÑANA



Le comentaba Billy Wilder a Cameron Crowe en una entrevista que posteriormente sería una de muchas al formar parte de un libro ('Conversaciones con Billy Wilder') que Tom Cruise era uno de los actores más inteligentes de la industria y que, como Cary Grant, hacía fácil lo dificil. Lo afirmaba uno de los mejores manejando tras la cámara no a actores sino a estrellas del firmamento (Marilyn Monroe, James Stewart, Audrey Hepburn, Humphrey Bogart...). Y quizá reconoció en el carisma de Cruise una forma última de entender Hollywood, henchido de glamour, de actores que sin actuar llenaban de un aura, de un magnetismo casi mágico la pantalla; una forma caduca que la fábrica de astros empieza a añorar y que no ha podido o no ha sabido encontrar relevo entre las nuevas generaciones de intérpretes. Así que Tom Cruise, un tipo de más de cincuenta años, volverá un verano más a salvar a la humanidad en una película hecha a su medida, como se las hacen a las estrellas. Para bien y para mal.

El encargado de llevar a la gran pantalla el cómic manga 'All You Need Is Kill' escrito por Hiroshi Sakurazaka e ilustrado por Yoshitoshi Abe es el irregular Doug Liman, que revitalizó la comedia de ligoteo con la fresca 'Swingers' y el cine de espías con el empaque de 'El caso Bourne', pero en cuyo haber también cuenta con las huecas y aparatosas 'Sr. y Sra. Smith' y 'Jumper'. Con 'Al filo del mañana' entrega un producto que a primera vista puede parecer más simple de lo que realmente es: una enérgica, divertida y estimulante entrega de acción belico-futurista, un eficaz fusión de la narrativa cinematográfica con la del videoujego, y una interesante adaptación de un manga filtrado por los patrones del clásico blockbuster hollywoodiense.

Su primer acto engancha por su contundencia, por su vértigo imparable, arrastrándonos con un oficial que nunca se ha manchado el uniforme -y menos en combate- a una batalla casi suicida contra los invasores alienígenas, y en la que es abatido sin remedio. La dinámica juguetona de 'Al filo del mañana' empieza al encerrar al héroe en potencia en un bucle temporal que sella su destino al de la guerra; cada muerte es solamente un intento fallido, cada decisión abre una dimensión más, y cada batalla le hace mejor. El juego de 'Atrapado en el tiempo' se recicla en versión bélica; una fórmula que no solo funciona en versión comedia existencial (aquella), en versión pastel inglés ('Una cuestión de tiempo') o en ciencia ficción adulta ('Código Fuente'). Una vez llegados a este punto, en el que cada escena es como un logro desbloqueado en un videojuego de acción, el film, engalanado con el nervio de Liman en las escenas más artesanales, decide optar por un tono ligero y lúdico, sin resultar grave en su discurso ni cargante en su mecánica, apoyada en un montaje hipervitaminado. Y tampoco subrayará, aunque las presente, las filias armamentísticas y militares propias de estas producciones.

Convertir a Tom Cruise en pilar omnipresente -acertadísimo en las escenas a lo 'Traidor en el infierno' (sí, la de Wilder) con un pelotón que lo considera un desertor-, cambiar el agresivo título de la obra original (traducido al castellano: 'todo lo que necesitas es matar') por el aséptico 'Al filo del mañana', desbrutalizar las escenas de guerra, y entregar un final amable aunque incoherente con el universo creado son sin duda decisiones del Viejo Hollywood. Para bien y para mal, porque 'Al filo del mañana' es un blockbuster que derrocha imaginación, ingenio y diversión, erigiéndose sobre la media, ofreciendo sano espectáculo, y brindándole a su estrella su mejor trabajo en años.

José Colmenarejo

martes, 10 de junio de 2014

HERMOSA JUVENTUD









La última película de Jaime Rosales es descorazonadora pero aun así no tengo la seguridad de que su título sea irónico.

Hermosa Juventud habla del mundo de la España de hoy en día y del mundo de siempre. El primero es este mundo en el cual la tecnología ha irrumpido como herramienta básica en las relaciones personales. Esa nueva manera de relacionarse a través de la tecnología no sólo está presente en la historia que viven los personajes sino que Rosales la utiliza como medio para contarnos la propia historia. Las fotografías tomadas y guardadas por un móvil nos permiten entender una serie de acontecimientos. Al igual que en UP (Pete Docter, 2009), unas imágenes bien hilvanadas son capaces de contar un relato con más emoción y matices que las palabras. Como espectador del presente, que también pertenece a ese mundo y mira el móvil todos los días, esas imágenes me generaron una sensación de familiaridad muy singular. Como también me resultaron familiares los logos y marcas de empresas multinacionales que rodean la ciudad. Están ahí, presentes, sin decir nada, aparentemente en un segundo plano. Ciertamente no ofrecen trabajo porque la otra cara de la moneda de este presente, tan avanzado tecnológicamente, es que a muchos no les ofrece un futuro. Gracias a sus familias o a labores esporádicas, los protagonistas, adolescentes de clase humilde sin estudios, comen y tienen un techo bajo el que cobijarse. Sin embargo, no tienen ninguna oportunidad de conseguir un trabajo que les permita evolucionar.

El otro mundo que muestra la película es el de siempre o al menos el de hace unas cuantas generaciones. El mundo donde los adolescentes se besan en el parque y los amigos quedan para hablar de futbol y de películas. El mundo querer a los hijos y sentir responsabilidad por ellos. Aunque afectado y acechado por los problemas sociales, esa faceta del mundo aún está ahí y en ocasiones funciona como único motor de la sociedad. Quizá la juventud siga siendo hermosa pese a todo.

La película cuenta con unas actuaciones de naturalidad casi pasmosa, en especial la de Ingrid García-Jonsson. Esas actuaciones junto con la representación de elementos y situaciones que nos son familiares, ya sea por experiencias personales o quizá debido al bombardeo de noticias relacionadas con los efectos de la crisis económica, otorgan a la película un halo de realidad. No es que la película sea realista en su forma ni en su contenido, que no lo es, sino que desprende la sensación de que estamos viendo algo que es verdad.

Aun admirando la originalidad de su lenguaje, su capacidad para remover conciencias, su emotividad y sus actuaciones, hay algo que me chirría en Hermosa Juventud. La película presenta un enorme problema social y no ofrece causas ni soluciones. No tiene por qué hacerlo, faltaría más. Puede simplemente limitarse a contar una historia particular. Pero si ese es el caso, esa historia se me antoja demasiado manejada para conseguir emocionar. Esto es así especialmente en el final de la película que, aunque ingenioso, resulta algo efectista. Cuando puestas a prueba, las conciencias no se dejan remover con facilidad y se rebelan súbitamente si se sienten manipuladas. Aun así Jaime Rosales demuestra una vez más su talento como cineasta. Cabe esperar grandes cosas de sus futuras películas.


Jesús Mejía

viernes, 6 de junio de 2014

Yocasta en Bucarest


"Madre e hijo" ("Pozitia Copilului", Calin Peter Netzer, 2013)

La película rusa “Elena” (2011), de Andrei Zviagyntsev, tenía por protagonista a una madre capaz de llegar hasta el asesinato para salvaguardar el futuro económico de su hijo y la familia de este, en el escenario de la disfuncional Rusia capitalista de la era Putin. También una madre similarmente resuelta a proteger a su hijo a toda costa en el ámbito de otro país del antiguo bloque soviético, la Rumanía post-Ceaucescu, es la protagonista de "Madre e hijo", sobre un guión original del escritor Razvan Radulescu y del propio director Calin Peter Netzer.
 
Radulescu es una suerte de Cesare Zavattini de este nuevo cine rumano de corte realista que brilla con luz propia desde hace algo más de diez años, abarcando su carrera como libretista películas tan importantes como "La muerte del señor Lazarescu" (2005) de Cristi Puiu, "4 meses, 3 semanas, 2 días" (2007) de Cristian Mungiu, o "Martes, después de Navidad" (2010) de Radu Muntean. Películas que combinan la exposición de realidades muy concretas pasadas o presentes de su país, con un cuidado retrato psicológico de los personajes.
 
En “Madre e hijo”, los autores escogen a una familia de la clase alta rumana, cuyo único hijo atropella y mata a un niño de familia pobre en circunstancias irresponsables, para recorrer una serie de prácticas de una sociedad tejida a base de pequeñas corrupciones que actúan como punta del iceberg. Quedando entrelazada dicha trama con el complejísimo retrato psicológico de la madre citada al principio, aquejada de un feroz complejo de Yocasta.
 
Cornelia, esta madre que borda la inconmensurable Luminita Gheorghiu, es el vértice en el que confluyen estas dos vertientes, la social y la psicológica, convirtiéndose en el motor de la narración. Absorbente, obsesiva, vulnerable y enérgica, los distintos registros y encuentros (marido, amigos, policía, perito, testigo del accidente, nuera, hijo, padres del niño atropellado) de Cornelia marcan el tempo del relato, hasta el punto de que su determinación y entrega a la causa del hijo pueden llevar al espectador a sentir una mezcla de rechazo y complicidad ante la dudosa ética de sus actuaciones.
 
La película se estructura alrededor de largas secuencias profusamente dialogadas, con una cámara en perpetuo fluir (con algunos movimientos y zooms no exentos de gratuidad), en un estilo documental, hiperrealista, que sirve a los autores en su intención de evitar una mirada simplificadora o maniquea, una intención en la que la cruda exposición de prácticas reprobables y de una mala educación familiar, no se traduce en un juicio sumario sobre sus personajes.
 
En esas coordenadas, el último gesto del hijo, que contemplamos como su madre a través del retrovisor del coche, siendo invitados a compartir la benevolente y quizá distorsionada mirada de aquella, refuerza la ambigüedad hiriente de la conclusión.
 
Javier Valverde

 

jueves, 5 de junio de 2014

Big Bad Wolves




Imagínemos. Chris Morris, Ethan Coen y Joel Coen son tres de tus mejores amigos. Hoy has quedado con ellos a las ocho pero antes, a las cinco, los tres han ido al cine. Morris ha decidido ver Prisoners y los hermanos han escogido La Caza. Cuando se juntan contigo decides preguntarles qué les han parecido las películas. Es muy posible que a través de sus explicaciones, interpretaciones e interrupciones te acabaran contando Big Bad Wolves. La segunda película de Aaron Keshales y Navot Papushado utiliza una premisa tan potente como el secuestro, y posterior asesinato de una niña, para reflexionar sobre hasta qué punto el uso de la violencia se ha normalizado como medio a la hora de buscar una solución a un problema. Todo ello con unos personajes más torpes de lo que se suponen y una ironía que dota al conjunto de un humor negro que en ningún momento se despega del ambiente. 

En el mockumentary Ocurrió cerca de su casa un grupo de personas decidían documentar el día a día de un psicópata. Según progresaba la trama el equipo que grababa la película se iba contagiando del “estilo de vida” de su protagonista, hasta el punto de que se convertían en cómplices de alguna de sus actuaciones. Todos los personajes de Big Bad Wolves reaccionan al uso de la violencia como si hubiesen asistido a aquel rodaje. Ninguno de ellos se hace mucho de rogar cuando se les propone utilizar la fuerza para conseguir sus objetivos. No es la primera vez que un concepto como ese es usado con finalidad cómica (God Bless America, Four Lions, Dolor y dinero...) pero el tono utilizado en esta película israelí es quizás su característica más reseñable. El que escribe estas líneas aun no tiene claro si asistió a la proyección de una comedia que sucedía en un contexto dramático o de un drama con personajes sacados de un entorno cómico. Una buena manera de intentar capturar el tono de la película sería escuchando la banda sonora de la misma (muy presente a lo largo de sus dos horas de duración) y sus constantes variaciones acordes a lo que sucede en pantalla. A pesar de una progresión cómica cada vez más evidente, en ningún momento se deja de lado el componente dramático de la historia. 

A pesar del seal of approval de Quentin Tarantino, quizás los mejores momentos de la película se encuentran justo en la antítesis de lo que ha hecho reconocible al director americano: cuando los personajes están en silencio. Desde el tenebroso arranque, hasta la preparación de una tarta con ingredientes demasiado específicos, los instantes en los que la película se ofrece más hipnótica es cuando plantea sus montajes musicales. En el debe de la obra de Keshales y Papushado queda desvelar demasiado pronto (de manera algo ambigua, eso sí) el enigma sobre la culpabilidad del presunto asesino. Esto unido a que el humor negro del film está más orientado a resaltar lo cotidiano dentro de lo grotesco, en lugar de al contrario, da cierta sensación de que los autores tampoco querían hacérselo pasar demasiado mal a sus espectadores. En estos últimos, también puede quedar un ligero poso de insatisfacción, al privárseles en su desenlace de ser testigos de las consecuencias que podían tener en sus protagonistas todo lo acontecido en la película (más allá de la más evidente de ellas). En cualquier caso, no olvidemos que esa hipotética insatisfacción no dejaría de casar con el concepto sobre el que gira la película.
 
Aron Murugarren

miércoles, 4 de junio de 2014

Estupor y temblores (*)


 En el antiguo protocolo imperial japonés, esa era la manera correcta de dirigirse al Emperador: con el estupor pintado en el rostro y temblando de pies a cabeza. Así los personajes de la filmografía que retrata esa época se dirigen a sus señores con la voz rota e impregnada de un respeto sobrehumano.
Así pronuncia el doctor Serizawa, impecable Ken Watanabe, el nombre de la bestia mítica. Con acentuación esdrújula y aguda al mismo tiempo, si ello es posible, y un velo de temor reverencial en la mirada.
En 2010, un técnico de efectos visuales se aupó a la dirección logrando el aplauso y buenas críticas con su ópera prima en la que la tensión se lograba precisamente con lo que no se veía. La falta de medios se compensaba con talento y un cuidado exquisito en las formas. Gareth Edwards escribió, dirigió, se encargó de la fotografía, el diseño de producción y, por supuesto, los efectos visuales de Monsters, una atípica historia de extraterrestres con vocación realista que enmarcaba una no menos atípica historia romántica con un abrupto e inolvidable final.
Después de esa única película, Gareth Edwards ha sido elegido para realizar una nueva versión de Godzilla cuando se cumplen 60 años de su primera aparición en el cine (Japón bajo el terror del monstruo, 1954, de Isiro Honda). El gran saurio atómico, metáfora de la amenaza nuclear y de las no precisamente idílicas relaciones entre el ser humano y la naturaleza y auténtico icono de la cultura popular japonesa, parecía merecer que quien se acercara a su mitología en fecha tan señalada le tuviera un mayor respeto que el que mostró Roland Emmerich en su, por otra parte entretenida, versión de 1998.
Y semejante proyecto no sólo no se ha llevado por delante a Edwards sino que le confirma como un director con las ideas muy claras y un personal y magnético concepto de la ciencia ficción.
Hay más de una película en este Godzilla. Una es la que todos esperan con bichos mastodónticos, destrucciones masivas, un héroe a su pesar (el militar desactivador de bombas Ford Brody a cargo de un hipervitaminado Aaron Taylor-Johnson), con familia en peligro, y el todopoderoso ejército estadounidense presto a salvar el mundo. Pero hay otra que late al ritmo de su director y que se ve a través de los ojos del ya mencionado doctor Serizawa, que observa mucho, habla poco y sabe más por lo que calla. La película brutal y hermosa en la que Godzilla y los mutos se ven a través del humo gris y la ceniza, a través de las gafas de paracaidista de Brody en la espectacular escena del salto o en el espacio que queda entre dos puertas que se cierran…
Gareth Edwars no ha vendido su alma por un gran presupuesto. Ha logrado mantenerse fiel al estilo que mostró en Monsters y se suma a los directores (Shane Black, Darren Aronofsky…) que consiguen hacer blockbuster de autor. Encargarse de dirigir el spin-off de un personaje de La Guerra de las Galaxias es un merecido regalo y sólo queda saber cuál será el elegido y disfrutar de la espera.
Ana Álvarez
(*) Estupor y temblores es el título de una magnífica y desopilante novela de la escritora belga Amélie Nothomb sobre la sociedad japonesa en el entorno laboral. Nada que ver con monstruos mutantes pero es de donde procede el detalle del protocolo imperial nipón.



martes, 3 de junio de 2014

Viva la libertad (Viva la libertà) de Roberto Andò


Un director de cine le dice al político deprimido (Toni Servillo) que la política es parecida al cine: en ambos tiene que haber engaño y genio. Roberto Andò tiene mucho que decir en esta sátira política pero no logra llegar a las dosis de engaño y genio necesarios como para crear una obra cinematográfica redonda. Viva la libertad logra interesar por lo que cuenta pero no por cómo lo cuenta. La idea de partida no es mala y lo que quiere transmitir va muy acorde con estos tiempos que corren.

El juego de los hermanos gemelos (un juego tremendamente cinematográfico que ha dado casi un subgénero) sirve esta vez para presentar a un político italiano de la oposición desencantado y con depresión, viviendo uno de los momentos más bajos dentro de su partido, y a su hermano, un profesor filósofo con problemas de salud mental (es bipolar y apenas acaba de salir de un psiquiátrico). El juego empieza cuando el político abandona todo sin dar noticia de su paradero y su atribulado, y también desencantado, asesor (Valerio Mastandrea) trata de tapar esta ausencia sustituyéndolo por su hermano gemelo.

A partir de este momento, Viva la libertad es una película de vidas paralelas, pero ninguna logra volar, los ritmos son diferentes, no atrapan por igual y su resolución final –queriendo ser ambigua–, es fallida, fría y sin emoción alguna. Lo peor de Viva la libertad es que no te la crees. El genio y el engaño han desaparecido. Solo quedan destellos: alguna escena brillante en su resolución, algún personaje atractivo o algún diálogo reseñable. Ni el carisma de Toni Servillo salva la película (pese a que sólo por él –y algún otro secundario como Valerio Mastandrea o Valeria Bruni Tedeschi– merece la pena acercarse a verla o por lo menos así ha sido para servidora).

El espectador puede sentir que Viva la libertad es una película política que trata de decir algo. Roberto Andò (escritor, guionista y director) refleja su descontento con los tiempos oscuros. La crisis económica y social arrastra un desencanto político. Las personas, el electorado ya no cree, pero ni los propios partidos creen en su papel. Todo está dominado por el miedo y la conformidad. Así Andò pone al político deprimido en busca de sus orígenes para volver a dar un sentido a su vida: retorna a un amor del pasado y recupera su pasión por el cine; y al profesor filósofo bipolar le sitúa en la trama para que haga recuperar fuerzas a su propio partido y a su electorado con dosis de locura, autocrítica y sobre todo pasión.

Lo malo es que Andò se dejó demasiadas cosas en el camino (la pasión, la locura, el engaño y el genio...) y no da con el tono adecuado para contar su historia. Así finalmente los espectadores nos quedamos tristes y sin emoción en la butaca de la sala de cine.

Isabel Sánchez

viernes, 23 de mayo de 2014

Retrato de la actriz como niña rica



"Un castillo en Italia" ("Un château en Italie", Valeria Bruni-Tedeschi, 2013)

La actriz Valeria Bruni-Tedeschi retoma en este su tercer largometraje la temática autobiográfica de su debut como directora (“Es más fácil para un camello…”, 2003). Terreno pantanoso el de abordar episodios de la propia vida, más aún si se es miembro de un linaje de larga tradición acaudalada. Entre los riesgos inherentes están la tentación de la autocompasión, la falta de honestidad y complacerse en problemas banales. Afortunadamente, Bruni-Tedeschi no vacila en mostrarse como una chica rica caprichosa, inestable, desquiciada y desquiciante, escindida entre una especial devoción por su hermano enfermo de sida, sus ansias de maternidad al lado de un Louis Garrel que también hace de sí mismo, y una problemática relación con la fe católica, mientras que su faceta profesional como actriz aparece de una forma muy tangencial, casi accesoria.
 
Escrita por Bruni-Tedeschi junto a la también actriz y directora Noémie Lvovsky y Agnès de Sacy, “Un castillo en Italia” es la tragicomedia de un año en la vida personal de su protagonista, si bien existe una decantación del tono hacia la comedia satírica. De hecho, hay algo de screwball comedy norteamericana de los años 30 en el retrato de esta familia en declive patrimonial, más acusado en la caracterización que dibuja Bruni-Tedeschi sobre ella misma, con toques de millonaria excéntrica a lo Carole Lombard o Katharine Hepburn. El retrato de familia, en el que brillan Filippo Timi como el hermano moribundo y una sensacional Marisa Borini haciendo de la madre, la propia Marisa Borini, se completa con unos secundarios muy bien dibujados a partir de unos pocos trazos: desde el amigo de la familia alcohólico y sableador que encarna el director Xavier Beauvois hasta el kaurismakiano André Wilms como un trasunto de Philippe Garrel, pasando por los miembros de la servidumbre.
 
La transición de un tono a otro no siempre está resulta de la manera más fluida, pero hay un trabajo magníficamente sutil con la cámara y no son escasos los momentos cómicos tratados con gran brillantez (cf. la discusión entre Louis Garrel y su padre después de que aquel descubra la relación pasada de este con Bruni-Tedeschi; el delirante episodio con la monja napolitana; Garrel escapando de un rodaje vestido de mujer al compás de la suite “Iberia” de Albéniz, momento casi almodovariano).
 
La autora ha invocado el referente de “El jardín de los cerezos” de Anton Chejov en el origen del proyecto, en especial en lo tocante al simbolismo que adquieren el nuevo uso del castillo familiar y la tala de un viejo castaño como ocaso de una cierta aristocracia europea. Si bien la última pieza teatral del escritor ruso era, como en cierto modo “Un castillo en Italia”, una farsa habitada por personajes bufonescos, aquella rezumaba una aguda tristeza definitivamente atenuada en la película de Bruni-Tedeschi.
 
Javier Valverde
 
 

lunes, 19 de mayo de 2014

Rompenieves, los raíles torcidos de Bong Joon-ho



Año 2031. Un tren recorre el planeta cargado con el último vestigio de la especie humana. Diecisiete años antes, la lucha contra el calentamiento global desencadenó una serie de consecuencias imprevistas. La superficie terrestre se heló. La vida que una vez habitó la Tierra... desapareció. Sólo unas decenas de personas lograron escapar del Apocalipsis a bordo de este arca mecánica en la que el director coreano Bong Joon-ho sitúa Rompenieves, su primera película rodada íntegramente -¡o casi!- en inglés.



A pesar de la premisa, el cambio climático (que esta misma semana ha vuelto a ocupar titulares por la publicación de diferentes informes que alertan sobre la urgencia de tomar medidas para frenar las emisiones de gases de efecto invernadero) no es el tema con el que Joon-ho trata de despertar nuestra conciencia. O, al menos, no es el único. 

Trasladando el devenir de la sociedad capitalista a los vagones de un ferrocarril que avanza sin freno hacia su futuro, el cineasta invita a que el espectador reflexione sobre la desigualdad entre clases, la explotación infantil, la connivencia política y (quizá el interrogante más potente de los que plantea) la existencia o no de alternativas a la marcha de esta gigantesca maquinaria de la que todos formamos parte.

Basado en el cómic francés Le Transperceneige, de Jacques Lob y Jean-Marc Rochette, Rompenieves (un desafortunado título que no hace justicia a esta película) es el proyecto cinematográfico más caro de los afrontados  hasta la fecha por Bong Joon-ho: unos 40 millones de dólares. Para esta producción el director surcoreano ha contado con un excelente elenco internacional, con actores como Chris Evans, John Hurt, Jaime Bell, Ed Harris, su actor fetiche: Song Kang-ho (con quien también trabajó en Memories of murder y The host, por ejemplo), Tilda Swinton y Alison Pill, entre otros. 

A pesar de su vocación internacional, la cinta sangra en coreano. Por ejemplo, la truculenta escena del combate con las hachas recuerda, por momentos, al famoso plano secuencia en el que Chan-Wook Park presentaba al protagonista de la película Oldboy empuñando su martillo en un pasillo. Joon-ho también se permite la licencia de que sea Minsu (el papel interpretado por Song Kang-ho) el único personaje que no se comunica en inglés, sino en su lengua natal. 

Cada vagón del tren, cada estrato social del que estos personajes forman parte, está representado con su propio juego de luces, sombras, colores y musicalidad. No hay dos segmentos iguales, del mismo modo que la realidad social es diversa. Con todo, la complejidad y belleza de esta película no reside tanto en los herméticos compartimentos de la máquina, como en la naturaleza que lo mantiene en movimiento. Ese espíritu humano que, a ojos del director, es desleal, codicioso, corruptible, egoísta e inmisericorde. La lucha por sobrevivir mueve al ser humano a cometer atrocidades contra los más débiles. Y aquí viene la bofetada de realidad, porque la miseria moral no entiende de villanos ni de héroes, sino que aparece cuando el individuo se ve amenazado por sus circunstancias sociales. De este modo, el líder que presenta Bong Joo-ho no es un héroe clásico, sino un personaje anónimo que actúa movido por la culpabilidad. La culpabilidad y la responsabilidad de su propio destino. Que es el de todos nosotros.

Tamara Vázquez

sábado, 17 de mayo de 2014

Una noche en el viejo México, Emilio Aragón (2014)

 

Aquí sigo... (This cowbow ain't done yet)

“¡Es tu reloj, sí, pero es mi tiempo joder, es el poco tiempo que me queda, déjame disfrutarlo!“ – le recrimina Red a su nieto Gally. 

Red Bovie (un espléndido Robert Duvall, quien parece haber envejecido solo para protagonizar este film) es un vaquero que pierde su rancho y cuya último hogar puede ser una caravana en un trailer park. Frente a esa horrible perspectiva de futuro, se aferra a su Cadillac y derrapando sale a toda velocidad en dirección a México donde espera vivir su última aventura. Viaja acompañado de un nieto al que acaba de conocer, Gally (Jeremy Irvine), un veinteañero de ciudad que compra su traje de vaquero en el aeropuerto, incluido un falso sombrero que sacará de quicio a su abuelo durante todo el viaje.

En este camino de iniciación para Gally o nostálgico para Red – buscando ganarle la partida al destino, o la muerte-, cargado de segundas oportunidades para ambos personajes a la deriva, encontraremos todos los ingredientes de un western moderno al sur de la frontera: alcohol, putas, drogas, traficantes, mariachis, tiros y sombreros.

La acción se desarrolla en el día de los muertos, en un ambiente festivo en el que nuestros protagonistas, por casualidad, suben en su coche a unos autoestopistas que llevan una mochila llena de dólares de un alijo de drogas robado y que acaban quedándose. Perseguidos por dos mafiosos, uno local, Joaquin Cosio, y otro llegado de Texas, Luis Tosar (al que ya vimos haciendo un papel similar en “Miami Vice”, aquí mucho más interesante aunque sin duda de menor repercusión internacional), recorrerán las calles mexicanas primero como dos turistas gringos, luego como dos turistas gringos ricos y finalmente como dos forajidos luchando por sus vidas.

Visitan burdeles, bailan con sus prostitutas y se emboban con Patty Wafers (Angie Cepeda en un papel clásico de perdedora con un gran corazón), una cantante que realmente vive de enseñar las tetas a los gringos borrachos en un club,  y quien acaba ayudándoles al sentirse atraída por nuestro anciano vaquero.

En este western crepuscular Emilio Aragón nos plantea qué hacer con nuestros mayores, una gran pregunta de nuestra sociedad actual. Esta es su segunda película tras “Pájaros de papel”, aunque en esa ocasión el guión no es suyo, sino de William D. Witliff, tejano conocido por escribir “Leyendas de Pasión” o “La Tormenta perfecta” entre otros, amigo de Duvall. La película está bien dirigida, con un arranque prometedor, pero va perdiendo fuelle y volviéndose poco creíble conforme nos acercamos al final de la misma. Duvall está estupendo y Aragón le deja hacer. 

Emilio Aragón y Julieta Venegas escribieron la canción que da título a esta crítica “Aquí sigo”, que empieza así:

Aunque la realidad sea un cuerpo cansado
No quiera moverse ya, teme tanto al dolor
Y a la soledad
Mi corazón dice no, esto no es verdad
Late sin cesar, casi quiere volar
Y gritarte
Aquí sigo, me siento tan vivo
Aún tengo tiempo para perder
Puedo ser mejor, solo quédate conmigo
Puedo ser mejor contigo aquí...

Pilar Oncina


jueves, 15 de mayo de 2014

EL PASADO SIEMPRE VUELVE (IDA, Pawel Pawlikovski, 2014)




A medida que el tiempo de nuestras vidas avanza, siempre acabamos −personas y personajes− teniendo que ajustar cuentas con el pasado. El tiempo vivido, desconocido, enterrado o meramente olvidado suele ser, ya sea en la realidad o en la ficción, un motivo de conflicto o el conflicto mismo, porque la búsqueda de la identidad ha de pasar, inevitablemente, por la vuelta al origen, por el retorno al pasado.
La protagonista de Ida, Anna –la debutante Agata Trzebuchowska− es una novicia adolescente y huérfana a punto de tomar los votos en un convento  de clausura de la Polonia de los años sesenta. Su superiora le encomienda la tarea  de saber quién es realmente, antes del compromiso vital que está a punto de adquirir. Obediente, entra en contacto con su tía Wanda, el único familiar vivo que le queda, quien hasta ahora la ha ignorado.
Aunque inicialmente parece que es Anna la protagonista de la peripecia, pronto el espectador se deja llevar para descubrir junto a ella −a través de su inocente mirada−el pasado de la difícil tía Wanda, una mujer refugiada en el alcohol, seguramente por su incapacidad para afrontar los hechos terroríficos sucedidos en un país que pasó primero por la guerra y después por el estalinismo.
El director polaco Pawel Pawlikovski ha elegido el blanco y negro para su tercer largometraje, formato idóneo para abordar el pasado y para transmitir la austeridad del ambiente en el que se mueven los personajes. Ha optado, además, por una puesta en escena en la que resultan muy llamativos algunos planos que recuerdan a un lenguaje pictórico especial, en el que los rostros de las figuras animadas –Anna y Wanda–no suelen estar en el centro de la composición, sino cerca de los márgenes inferiores y laterales, por lo que es el fondo lo que adquiere, aparentemente, toda la importancia: espacios y estancias con pocos objetos, exteriores gélidos y nevados, interiores conventuales, escenarios de la austeridad y de la insatisfacción que ha llegado hasta el presente como consecuencia del pasado inexistente o sepultado.  
Pero para Anna el viaje no solo servirá para encontrarse con el pasado familiar, sino también para transitar otros caminos  de aprendizaje  necesarios antes de tomar su decisión final: la vida extramuros o la clausura.


Estela Salazar

Hasta que la muerte nos separe


La naturaleza del amor es tan desconocida como los resultados del propio enamoramiento, capaz de las más conmovedoras gestas y las más terribles afrentas. Alain Guiraudie en El desconocido del lago ofrece una radiografía minuciosa y nada benévola del abismo al que conduce la búsqueda desesperada de tan codiciado sentimiento a través de repetitivos encuentros fugaces que ansían aliviar la amarga soledad por medio del contacto carnal.

En la tranquila orilla de un idílico lago semioculto unos mismos personajes de los que no sabemos más que llegan allí día tras día para despojarse de sus ropas y sus vidas y disfrutar de la desnudez al sol, nadar, y de paso mantener encuentros fortuitos que no necesitan justificación, se levanta una historia de amor que aúna pasión, amistad, crimen y sexo. Alain Guiraudie, con un espectacular sentido de la atmósfera, no sale de este pequeño microcosmos para contarnos la historia de Franck, un treintañero que acude al lago al calor del sol y del sexo. Allí establece una relación de amistad con Henri, un hombre solitario y de buen corazón que pese a buscar cariño y atención no puede si no permanecer alejado del resto de los bañistas y la dinámica sexual que allí acontece, pero será el poderoso físico del atractivo Michael el que se convierta en el oscuro objeto de deseo de Franck.

La capacidad de observación casi documental de Guiraudie apuesta por un naturalismo extremo que evoca a Éric Rohmer  o Jean Renoir, dando a cada plano un sentido pictórico a través del color y la composición. El rumor de las hojas agitadas por el viento, única banda sonora acompañada en ocasiones por el fluir del agua o de los cuerpos en este rincón de plácidas rutinas, nos va aproximando a una historia que nos hace sentir como uno más de esos voyeurs que mueven las ramas de los árboles en búsqueda de genitales, eyaculaciones y feromonas.

Si La vida de Adèle mostraba una exploración romántica del deseo, El Desconocido del Lago, estrenada también en el pasado festival de Cannes donde se alzó con el premio a mejor dirección en la sección Una Cierta Mirada, apuesta por una historia que apela al amor irracional, carnal, y hedonista.

En este ejercicio sincero y convulso hasta el dolor, Guiraudie sabe extraer el horror de la sordidez del sexo más estéril dejando al descubierto las antinomias íntimas de un personaje dispuesto a no querer ver el crimen de su objeto de deseo con tal de agarrarse a un minúsculo filamento emocional que alivie una carencia afectiva más dolorosa que la propia muerte.

Sin embargo la historia como thriller no termina de zarpar y son varias las historias que se quedan estancas en las aguas del lago. El espectador se aleja de los arbustos y la maleza para buscar la médula de la historia de amistad entre Franck y el entrañable Henri con los que no acaba de dar.

La tragedia de Franck es la tragedia universal del miedo a la soledad absoluta y Guiraudie nos hace meditar sobre ella a través de los engranajes del amor y sus difusas fronteras, sin juicios, sin convencionalismos, sólo a través de una coreografía de miradas, movimientos y encuentros convenidos.

Marta Alonso