martes, 25 de febrero de 2014

Hacen falta milagros


Reflexionaba Lindsay Noseworth, uno de los Chicos del Azar de la monumental novela Contraluz de Thomas Pynchon, sobre “¿quién tenía tiempo para fijarse en las estrellas, con tantas fatigosas tareas que obligaban a mantener los ojos fijos en lo cotidiano?”.

Akiva Goldsman, responsable entre otras cosas de la serie Fringe, le pide al  espectador de Cuento de Invierno, que las mire durante dos horas mientras le cuenta una historia de las que se narrarían bajo aquellas al calor del fuego. Una historia sobre la eterna batalla entre la luz y las tinieblas, que se siguió librando en las páginas de los libros y las pantallas de los cines no bien estos existieron.

La presencia de ángeles y demonios entre los mortales ha dado un buen puñado de títulos y personajes: Audrey Hepburn era un ángel en Always (1989) de Steven Spielberg. Seth era el nombre del ángel enamorado interpretado por Nicolas Cage en City of Angels (1998) de Brad Silberling, remake de aquel Cielo sobre Berlín (1987) de Wim Wenders. Victoria Abril era el ángel de Sin noticias de Dios (2001) de Agustín Díaz Yanes, enfrentada a Penélope Cruz por el alma de un hombre. Contra el elegante Satán (banquero ni más ni menos) de Gabriel Byrne luchaba Schwarzenegger en El fin de los días (1999), y el mismo Lucifer quería venir a por el alma del Constantine (2005) encarnado por Keanu Reeves. Sumando y siguiendo…

Cuento de Invierno está basada en la novela del mismo título de Mark Helprim, publicada allá por 1987. Esta historia romántica y mágica que empieza con “érase una vez”, se desarrolla en gran parte en un invierno en Nueva York, cuando un milagro tiene que hacerse posible y desde el infierno se hará cuanto sea por evitarlo. Pero en este cuento el amor, como dijera Waldo Lydecker, es más fuerte que la vida y llega más allá de la muerte.

Se une la película de Goldsman a ese grupo en el que fantasía y realidad deshacen la distancia que las separa, y que piden para sí ser visionadas con el espíritu de que Todo Es Posible. Como en la reciente Un amor entre dos mundos (2012) de Juan Diego Solanas o Chocolat (2000) de Lasse Hallstrom. Piden que se crea en caballos voladores, en transformar un maizal en un campo (de sueños) de béisbol porque “si lo construyes, él vendrá” (bellísima, olvidada y reivindicable película de Phil Alden Robinson) y en el triunfo de la voluntad de las personas buenas, al menos en la ficción. No obstante, como en la lucha entre el bien y el mal, el equilibrio y el pulso firme son imprescindibles y aunque Cuento de Invierno se mantiene en el filo, decide de manera innecesaria deslizarse por la pendiente de la lágrima fácil y es que, una enfermedad vale pero dos son multitud….

El espectador de Cuento de Invierno puede pues acabar dándole la razón al joven Noseworth y pasar de mirar a las estrellas pero no debería negarle su bella e impecable puesta en escena, la convicción con la que tipos duros como Colin Farrell y Russell Crowe encaran sus personajes, y la agradable sorpresa que suponen los rostros conocidos que salpican el metraje de una película, de esas que elevan a la enésima potencia la función del cine como fábrica de sueños.

Ana Álvarez

lunes, 24 de febrero de 2014

‘Nebraska’, the Grant story





El protagonista de ‘Nebraska’ no recorre 500 kilómetros sobre un cortacésped. Pero, salvo este detalle, el personaje de Woody Grant bien podría recordar al Alvin Straight (“The Straight story”) de la deliciosa historia verdadera de David Lynch. Pero he aquí su encanto: que, partiendo de un escenario, un género y un protagonista tan similares, en realidad el trabajo que ahora presenta Alexander Payne es, ante todo, una historia con entidad propia, que no le debe nada al legado de Lynch.






Woody Grant (Bruce Dern) es un anciano alcohólico y con un principio de demencia senil, que vive una senectud aletargada en Montana (casualmente, el estado donde nació David Lynch). La notificación de que ha ganado un premio de un millón de dólares se convierte en un revulsivo vital, en su motivo para seguir adelante, para vivir. Aun advirtiéndole de que se trata de un timo, su hijo David (Will Forte) acompañará a Woody a través de grandes llanuras hasta Lincoln, la capital del estado de Nebraska, para reclamar el premio (Nebraska, por cierto, es el estado en el que nació Alexander Payne). Durante el periplo, recalarán en el pueblo natal del anciano, donde se extenderá el rumor de que Woody es rico. 


Más allá del argumento, cabe decir que ‘Nebraska’ no es sólo una ‘road movie’, sino una radiografía que muestra las luces y las sombras de la condición humana. Sobre todo, las sombras. En las calles del pueblecito de Woody, el tiempo que fue parece haberse detenido mientras la vida ha pasado por delante de los ojos de sus ciudadanos, como lo hace la programación en la pantalla de un televisor. La llegada del anciano “millonario” revoluciona la grisácea rutina de los habitantes de la pequeña ciudad y se convierte en el acontecimiento del momento. Pero la alegría desaparece cuando entra en escena el olor del dinero imaginario. La posibilidad de obtener parte del botín reaviva viejas rencillas y hace aflorar impulsos como la envidia y la avaricia. Poco a poco, Payne desentraña el complejo personaje de Woody, un pobre hombre ni bueno ni malo que, como tantos, a lo largo de los años se perdió por los caminos de la vida. La unidad de los Grant (la actuación de la nominada al Oscar June Squibb en el papel de esposa gruñona de Woody es divertida, sórdida e inolvidable) se erige como escudo protector del desgraciado y crédulo anciano. Dentro de esta unidad familiar, la complicidad que se va tejiendo entre David y Woody a lo largo del viaje (que es también una suerte de viaje interior) supone, quizá, una de esas luces que también deja entrever la radiografía de Alexander Payne. Los acordes de guitarra, la dulzura del piano, la melancolía del acordeón y de los violines de la banda Tin Hat Trio (liderada por Mark Orton, autor de la melodía que acompaña esta crítica) ayudan a crear esa atmósfera tradicional que flota en Nebraska: una postal en blanco y negro de la América profunda y, a la vez, un retrato colorista de los sueños que fueron y de los que aún nos quedan por alcanzar. Porque la aventura puede estar a la vuelta de la esquina. Y las razones para encontrarse de nuevo, también.

Tamara Vázquez

viernes, 21 de febrero de 2014

Robocop 2014


Los aciertos de casting. Esos éxitos que son mucho más importantes de lo que pensamos. Tan fundamentales que pueden llegar a crear una franquicia completa (que se lo digan a Johnny Depp) o revitalizar un género un tanto a la deriva (que se lo digan a Robert Downey Jr.). Generalmente los directores de casting no suelen recibir la consideración que merecen pero el valor de escoger a la persona correcta para el rol buscado puede llegar a ser incalculable. Es ahí donde, a priori, Robocop 2014 acertaba de pleno antes incluso de su desarrollo y no me estoy refiriendo a la elección de ningún intérprete. El director brasileño José Padilha había dirigido hasta este año dos películas (dejando a un lado sus documentales): Tropa de Élite y su particular secuela. Resulta llamativo ver la cantidad de paralelismos que se encontraban entre el film de Padilha y el Robocop de Verhoeven. Entre todos ellos, uno por encima de los demás, ambas películas narraban dos historias en la que lo maniqueo brillaba por su ausencia y ante un panorama en el que los policías resultaban ser más peligrosos que los delincuentes se creaba un dispositivo aparte para tratar de asegurarse que se cumplía la ley: la BOPE y Robocop. Si el principal miedo de todos los fans del Robocop original era que el remake se olvidara de la esencia del mismo, la película de Padilha debería haber intentado dejar atrás completamente la historia primigenia para estar a punto de convertirse una de las películas de acción más interesantes de los últimos años. Lamentablemente el film decide quedarse a medio camino entre basarse en una historia previamente creada u originar una diferente con la misma base que a pesar de tener un resultado más que destacable probablemente causará entre el público una, un tanto injusta, incomprensión.

Existen varias diferencias entre el Robocop de Verhoeven y el de Padilha. Si ambas películas se centran en la creación de un robot policía, Padilha decide focalizarse mucho más en la propia creación al contrario que Verhoeven al que le interesaban más las consecuencias de la misma. Verhoeven, que es un director que según pasan los años parece ir haciéndose más grande, creaba una estética mucho más propia del cómic y llenaba el film de autoconsciencia un tanto paródica mientras que Padilha situa su película en una ambientación más propia de futuristas películas de ciencia ficción (Minority Report o Código Fuente) e incluso se acerca, por supuesto sin las mismas intenciones, al Nuevo Extremismo Francés (esa secuencia en la que observamos los restos del agente Murphy en el interior de su exoesqueleto). Pero más allá de todos estos detalles la principal diferencia, y la que afecta a la columna vertebral del film, es que mientras el director holandés narraba la humanización de un robot, el brasileño decide contarnos la robotización de un humano. Con un argumento y un desarrollo que provocaría los aplausos del propio Charlie Brooker, Padilha decide centrarse en la constante deshumanización del personaje interpretado por Joel Kinnaman (con una interpretación, evidentemente, muy alejada de aquella que realizó Peter Weller), que se encarga de dar vida a un presunto protagonista. Su pasividad (rota de manera forzada por la mencionada necesidad de no olvidar la obra original) hace que los mayores conflictos del largometraje se encuentren en otros personajes, principalmente en el científico interpretado por Gary Oldman. En conclusión si el Robocop de Verhoeven parecía ser una aproximación a Superman, el principal referente del de Padilha parece ser La Naranja Mecánica, con un gobierno que altera a su antojo el funcionamiento de una persona con el fin de obtener más votos.

Tropa de Élite se estrenó en 2007, justo el año en el que finalizó The Wire y casualidad o no, contiene gran parte de los problemas que retrataba la serie de HBO creada por David Simon y Ed Burns. Problemas que también contenía el Robocop de Verhoeven y que Padilha decide hacer más evidentes que el director holandés en este remake pero que aun así quedan en un segundo plano. La manipulación de los medios (presentes en la última temporada de The Wire, en la segunda Tropa de Élite e incluso en aquel clip de vídeo que se repetía una y otra vez en las televisiones del Detroit del primer Robocop provocando constantemente las risas de sus espectadores), la corrupción de la policía o la pasividad de la clase media (principal antagonista de la primera Tropa de Élite, a pesar de que muchos se esforzaron en ver un simple libreto fascista) están presentes en este Robocop 2014 y fundamentan el subtexto que se puede hallar en ella. Que sobre los créditos finales suene la popular canción de The Clash, I Fought the Law, no es ninguna casualidad.


Aron Murugarren

jueves, 20 de febrero de 2014


 

                                Nymphomaniac vol. 2: ¿Lars y el sexo?

 

Resulta interesante reflexionar, cómo el visionado en dos partes de una única película, puede llegar a influir en la percepción del film en su totalidad. Por este motivo, enfrentarse a Nymphomaniac vol. II, no es una tarea fácil. Potencialmente habrá dos tipos de público. Por un lado, el que le fascinó el vol. I, y que tras la resaca de imágenes impactantes y situaciones sorprendentes a  las que Lars Von Trier nos había hecho enfrentarnos en su vol. I, tendrá las expectativas muy altas ante esta parte restante. Por otro encontraremos al espectador, que no le sedujo esos primeros capítulos de la vida de Joe, pero que siente la curiosidad de visionar el final de la aventura, que a la vez, dará sentido global al discurso planteado durante las cuatro horas de duración del metraje. Por lo tanto, en ninguno de los caso seremos realmente objetivos a la hora de juzgar el film en su totalidad, cargando cada uno con su hándicap a las espaldas.

Recapitulando, en el vol I. Seligman (Stellan Skarsgård) recoge a Joe (Charlotte Gainsbourg) en su casa tras haberla encontrado en un callejón golpeada. A continuación Joe comienza a relatar cómo ha sido su vida hasta ese momento, marcada por su adicción al sexo. Se retrotrae hasta su más tierna infancia para explicarnos de dónde viene, pasando a contarnos su adolescencia y juventud. Para terminar, esta primera parte, Lars nos conduce al punto álgido de esta etapa en la vida de la protagonista: su Enamoramiento y Conquista de Jerôme (Shia LaBeouf). Casi sin solución de continuidad Joe comienza a no sentir nada al hacer el amor con él, de una manera física, no en el sentido de la popular canción. Con esa imagen intrigante en la retina nos deja el director danés embarcarnos en el vol. II, además de un puñado de preguntas revoloteando nuestra mente: ¿por qué le ocurre esto a la protagonista?, ¿qué motivo le hace siempre ser infeliz a nivel sexual repercutiendo en lo sentimental?, ¿cómo habrá llegado a la degradación que vimos al principio del vol. I que será el final de la historia?

Para abrir boca, el comienzo de la segunda parte de la película desvela uno de los enigmas, más importantes de todo el film, el origen de la ninfomanía de Joe. Lars Von Trier apela a un ejercicio de imaginación, realmente encomiable, -que no desvelaremos- para solventar la incógnita. Pero seguidamente nos puede llevar a una reflexión. Si bien es cierto, que el orden de los factores no altera el producto, también es evidente que en este momento el espectador puede notar una cierta extrañeza y pensar: ¿por qué se ha esperado hasta ahora –teniendo en cuenta que se habla de un hecho ocurrido en la infancia de la protagonista- para contar un hecho tan transcendental en la vida de Joe? Por éste y otros  pequeños detalles -tan cuidados en la primera parte-, el espectador emocionado del vol. I, empieza a ver que el castillo de naipes imaginario que el director danés había construido, puede tener otra cara menos imaginativa y más convencional, donde una madre ninfómana es una mala madre, una esposa ninfómana es una mala esposa, etc., etc., sin profundizar mucho más allá en los sentimientos de la Joe adulta. Poco a poco vamos viendo que se da cabida a una espiral de maldad, extorsión y perversidad -rozando lo increíble en algunos momentos-,  que mata a golpe de balazo/latigazo todo el espíritu innovador y creativo que habíamos visto en la primera mitad del film. Por desgracia, nos damos cuenta que estamos jugando al juego de siempre, con los personajes característicos de las películas comerciales al uso, de buenos y malos, con pocos pliegues que soporten  situaciones realmente jugosas a nivel intelectual.  

En Nymphomaniac vol. II se sigue apostando por el tándem, Charlotte Gainsbourg- Stellan Skarsgård, pero en este caso la figura de Seligman se empequeñece por momentos, dejando protagonismo a todos los personajes de las vivencias de Joe, haciendo flaco favor al ritmo argumental de la película, o mejor dicho, comparativamente con el vol. I, la no-presencia de Seligman como partener de Joe, se nota y mucho.

No cabe duda que existen reflexiones y situaciones con un cariz sorprendente, como la visión que se da la pedofilia o del sadomasoquismo, que nos impactan porque difícilmente encontramos referentes cinematográficos en este sentido. Pero también se caen en tópicos ya visitados por otras películas, como por ejemplo en Shame, en el hecho de que un adicto al sexo como otro punto de perversión añadida, tiene que pasar por acostarse con otra persona de su mismo sexo, y si en este caso es una menor, ya tenemos la carambola completa.

Con un final un tanto atropellado, aunque sin duda salvador de toda la obra, y por el que valdría la pena sentarse cuatro horas en un mismo asiento, sin duda, podríamos concluir que Lars Von Trier sigue dejándonos con la boca abierta, aunque este mismo hecho, se vuelve en su contra, al no llegar a mantener de una manera continua la genialidad  requerida por un espectador exigente precipitando la frustración final.

 Diana Callejas

martes, 18 de febrero de 2014

El cardenal de Otto Preminger. ¿Un rescate del olvido?



Todo empezó con la lectura en clase de las listas de películas favoritas estrenadas en 1963 en una revista de Film Ideal. En la lista final, que contabilizaba los votos de todos los críticos del momento, quedaba en un primer puesto Marnie, la ladrona de Alfred Hitchcock y en segundo lugar El cardenal de Otto Preminger.

Y me llamó la atención ese segundo puesto por las preguntas que se formularon: ¿por qué consiguió ese segundo puesto en ese momento? ¿Qué vieron en ella los críticos? ¿Por qué cayó en olvido y además ahora mismo apenas se la conoce? ¿Merece la pena rescatarla? ¿Cómo se la puede mirar hoy?

Ahora va una escueta confesión: me gusta mucho Otto Preminger, al que llamaban el Ogro. Me gusta su cine. Cómo cuenta y las historias que narra. Así que he intentado ver toda su filmografía (todavía me faltan títulos por descubrir) y en uno de esos packs que adquirí para ‘empaparme’ de Preminger aparecía El cardenal. Sin embargo hacía años que no había vuelto a verla. Tenía dos recuerdos: que me había gustado (pero no tanto como otras del director) y a Romy Schneider entre rejas.

Así que decidí volver a verla y preguntarme no sólo qué pudieron ver los críticos de ayer sino con qué mirada puede analizarse hoy. Y he disfrutado mucho del viaje.

Reubicándola en la obra del director
Vale un breve apunte para situarla en la carrera del director, El cardenal está rodada después de dos grandes superproducciones con las que empezó la década de los sesenta y que serían las últimas películas que tendrían tanto al público como a la crítica de acuerdo y a su lado: Éxodo y Tempestad sobre Washington. Después su carrera fue de fracaso en fracaso, el público ya no volvió a la sala de cine ante el nombre de Preminger y la crítica se dividió (aunque eran más las voces negativas). Curiosamente este último periodo de su carrera es el que menos conozco, sin embargo, realizó en 1965 una película inquietante y enfermiza que rompía con esas superproducciones con las que empezó la década, El rapto de Bunny Lake, que confirmaba que seguía siendo un director a tener en cuenta con un lenguaje cinematográfico especial y una forma de contar historias.

Así que El cardenal supuso una ‘ruptura’ en su carrera: de director exitoso y brillante a protagonizar uno de los más tristes declives y caídas en olvido (hasta el punto de que no es fácil encontrar sus últimas películas —como tampoco las primeras excepto Laura—). La pregunta es: ¿mereció ese abandono? Con El cardenal empezó el descenso a los infiernos. En EE UU no tuvo un éxito apabullante ni de crítica ni de público, se mantuvo en un justo medio. Y sin embargo el reciente visionado me sitúa en una película más actual de lo que pensamos (sobre todo aquí en estos lares) y que ofrece interesantes análisis tanto para los que la vieron ayer como para los que la vemos hoy. No es una película fácil…

Otto el polémico
Otto siempre fue un director polémico (además de su fama de ogro… algunos rodajes se convertían en infiernos sobre todo para algunos actores que trabajaban bajo sus órdenes, por ejemplo, Jean Seberg o el protagonista de El cardenal). Polémico porque su cine empezó a tocar temas que habían sido vedados durante años por el Código Hays (por la censura). Otto fue de los primeros directores que se enfrentó abiertamente a sus postulados y discutía acaloradamente con los censores hasta salirse con la suya…, es decir, se negó a cambiar sus películas y a no tratar ciertos temas.

Así alguno de sus ‘atrevimientos’ (son muchísimos) fue abordar, por ejemplo, el tema de las drogodependencias y plasmar en pantalla, crudamente, un síndrome de abstinencia en el proceso de desintoxicación que emprende el protagonista, Frank Sinatra, en El hombre del brazo de oro.  Las drogas a partir de la implantación del código durante los años treinta se convirtió en tema tabú.

También estuvo rodeada de escándalo una ‘inocente’ e ‘inofensiva’ comedia como La luna es azul donde su joven protagonista (Maggie McNamara) no tiene ningún reparo en hablar de sexualidad y de contar a sus pretendientes masculinos (William Holden y David Niven) que es virgen. Y esto tan sencillo… fue un escándalo para los censores, los guardianes de la moral.

A su manera también Otto se convirtió en un defensor de los derechos civiles de la población negra americana, tanto es así que rodó dos buenos musicales (sólo he podido ver uno, el otro me muero de ganas) con un reparto exclusivamente de actores negros en los años cincuenta: Carmen Jones y Porgy y Bess. Así se forjó la leyenda de su actriz protagonista, trágica, Dorothy Dandridge que en toda su carrera apenas pudo optar a más papeles, poniendo en evidencia el racismo de la sociedad norteamericana.

Y por último en una de sus mejores obras cinematográficas, Anatomía de un asesinato, luchó hasta el final para que durante el desarrollo del juicio de una violación pudieran utilizarse distintos términos clave, sin que la censura cortara con sus largas tijeras. Así se empeñó en que continuamente estuviese presente la palabra “bragas” o también que se nombrara una prueba médica forense como la “espermatogénesis”.

Así que en El cardenal, Otto Preminger que es importante señalar (para el análisis de esta película) que era judío y por lo tanto su mirada es desde el distanciamiento (desde fuera, desde el otro que mira y analiza), siguió con una de las premisas de su carrera y es ofrecer un punto de vista difícil y polémico del tema que toca, esta vez la Iglesia católica. Pero Preminger no lo hace desde un punto de vista beligerante y agresivo sino desde el respeto y la inteligencia (a algunos espectadores esta postura les pareció y parece complaciente). La clave es que su protagonista, el cardenal del título, siempre está dudando y se plantea sus acciones o su manera de pensar, tiene crisis de fe… Parece ser que el director buscó asesoramiento de varios integrantes de la Iglesia y en varios sitios he leído que uno de ellos fue ni más ni menos que el teólogo y futuro papa Joseph Ratzinger (… un papa bastante polémico y un hombre contradictorio en su pensamiento teológico que se fue volviendo cada vez más extremista y conservador). Además partía de un material: un best seller con el mismo título que se inspiraba en la vida de un arzobispo de Nueva York que terminó siendo cardenal.  

El protagonista (que como en otras películas del director, como Anatomía de un asesinato) se nos presenta como un personaje ambiguo y por tanto muy complejo. La película apunta algunos puntos negros de la jerarquía de la Iglesia. Así que ese posicionamiento en los años oscuros de los sesenta (y analizando la actuación de la jerarquía eclesiástica española en los años de la dictadura franquista) tuvo que llamar la atención a los críticos españoles y darle importancia. Porque no era una película que descalificara sino que hacía reflexionar, pensar y debatir. ¿Y hoy? Es triste comprobar que la jerarquía española de la Iglesia sigue enquistada y sin evolucionar (y sigue mostrando que todavía están muy vigentes algunos temas que plantea la película… El cardenal aquí todavía no es obsoleta, algo por otra parte preocupante).

Con la Iglesia hemos topado…

¿Cuáles son los temas abordados y apuntados por Otto Preminger en El cardenal? Los enumero brevemente:

Aborto
La crisis personal que sufre el protagonista y que le hace dudar de si continuar su ascenso en la jerarquía de la Iglesia católica se precipita cuando tiene que tomar una decisión personal en cuanto a su hermana pequeña. Por supuesto en esa decisión a vida o muerte ningún personaje se plantea preguntarle a la hermana… y es escalofriante la actitud fría, como eclesiástico, del protagonista (que choca con sus remordimientos como hermano mayor que prometió a su hermana que siempre iba a estar ahí: que se aferrara a él con sus brazos cuando tuviese cualquier problema). Así es impactante la entrada de su hermana en un quirófano, unas puertas que se cierran, su grito desgarrado llamándole… como si fuese, nunca mejor dicho, al matadero… (sin haberle preguntado si quería ir al matadero). ¿Alguien puede decirme que hoy no es actual todavía, aquí, esa escena cuando todavía se está cuestionando, y por ley, el derecho a decidir en el tema del aborto?

Derechos civiles
Otro de los momentos cruciales de su carrera eclesiástica es cuando decide implicarse, ante la indiferencia del Vaticano, en la situación por la que está pasando un cura negro norteamericano al cuál han quemado su iglesia porque está intentando que sus fieles tengan los mismos derechos y deberes (hace hincapié en el acceso a la educación y a acabar con la segregación) que la población blanca local y está permanentemente amenazado por el KKK en su localidad sin que las autoridades eclesiásticas de la zona tomen partido por él. Ahora el párroco quiere denunciar y presentarse en un juicio. Es un párroco implicado en la vida social y política de sus feligreses y no para de luchar. Plantea también veladamente cómo en el Vaticano le tratan con condescendencia y muestra también diferencias raciales y discriminación. ¿Para cuando un Papa negro?

Implicación política
Otro tema polémico que toca es el posicionamiento de la Iglesia católica ante el avance del nacionalsocialismo liderado por Hitler. Y lo toca, de nuevo, de manera inteligente.  En la película cuando Alemania anexiona Austria… es evidente y escalofriante la implicación política de la Iglesia austriaca y sus buenos ojos hacia lo que está aconteciendo. El que finalmente se retracte el máximo mandatario de la Iglesia austriaca, algunos lo ven como un signo de debilidad y de no ir más allá de Preminger en este asunto. Y por lo único que se retracta es porque tiene una conversación privada con Hitler donde es tratado de manera humillante y donde el dictador alemán le hace saber que no va a llegar a ningún acuerdo con él ni los cristianos van a tener ningún privilegio. 

Pero es que las relaciones entre Hitler, el nacionalsocialismo y la Iglesia católica nunca fueron claras (o es un tema tan controvertido que no se ha tocado tan exhaustivamente como otros puntos). Lo que sí se ha evidenciado es que la Iglesia católica, y desde el Vaticano, tuvo un controvertido papel neutral (o un darse la vuelta y cerrar los ojos) en un momento crucial. Cuando mandan al protagonista, todavía obispo, a Austria para amonestar al mandatario austriaco, la actuación del obispo que le envía es coherente con cómo ha actuado en otras situaciones a lo largo de la película (por ejemplo cuando recibe al sacerdote negro), ese obispo ya ha mostrado en varias ocasiones que es contrario a que la Iglesia se implique de alguna manera tanto políticamente como socialmente…

Luchas de poder y ambiciones. Diplomacia
Otro tema apasionante de la película (además de presentar todo el ritual de la Iglesia católica en el Vaticano) es mostrar el funcionamiento de la jerarquía eclesiástica como un organismo de poder. Con sus luchas y sus ambiciones entre los integrantes para llegar a puestos máximos. Así como la importancia de papeles dignos de todo un estado político como la figura del diplomático dentro del Vaticano.

Así como le gustaba a Preminger, el protagonista queda en un ‘limbo de ambigüedad’ por una parte le vemos como un hombre inteligente y preparado con una vocación real, por otra como un hombre confuso y que duda y tiene crisis de fe, y por último (en su rol más controvertido pero que enriquece su radiografía de personaje), como un hombre ambicioso que aspira a los más altos puestos eclesiásticos hasta llegar a ser nombrado cardenal.

Otros temas
Toca otros temas controvertidos como el papel de muchos párrocos convertidos en recaudadores de dinero astutos para poder mantener sus iglesias (y en un no mirar de dónde llegan ciertos donativos). O el polémico tema de los milagros, la política que se sigue para confirmar un asunto milagroso o no y cómo llega esa información a los fieles. Todos temas que siguen siendo actuales hoy.

La teoría de las dos mujeres
Cuando he vuelto a ver la película me ha llamado poderosamente la atención el tratamiento de los dos personajes femeninos (la hermana y el personaje de Romy Schneider) porque de pronto me vino a la cabeza la frase con la que empieza la nueva película de Polanski, La Venus de las pieles, “Dios le castigó poniéndole en manos de una mujer”.

Es decir los dos personajes que desmoronan y que hacen dudar de su fe y carrera eclesiástica son las mujeres. Los dos personajes capaces de alejar al personaje de sus ambiciones en su ascenso a cardenal y de plantearle dilemas éticos y morales… son mujeres. Así es, la mujer representada como Eva, la que arrastra al hombre fuera de su ‘paraíso’…

Y curiosamente ambas mujeres (las más importantes de su vida) son las que hubieran podido cambiar el destino del cardenal. Y ambas mujeres, como Eva, son castigadas con destinos trágicos. Ambas son personajes muy complejos y ambiguos que dan la vuelta al concepto de pecado, cuestionándolo: una solo quiere tener las riendas de su vida y continuamente es reprimida… y escalofriantemente eliminada.

Y la otra es un personaje femenino muy pero que muy complicado: es la joven austriaca por la que el protagonista (durante una excedencia en su carrera hacia el poder) se plantea el tener relaciones con una mujer y alejarse de la Iglesia. Romy no se transforma en una sencilla mujer austriaca, no es una princesa de cuento. Nos la presentan como una joven rica, tradicional, individualista y conservadora que admira EEUU y que según dice solo aspira a amar a un hombre y decide que ese hombre sea el protagonista viendo frustrados sus ‘sueños’ cuando él decide seguir su camino. En el segundo encuentro entre ambos sigue siendo una mujer rica y posicionada, casada con un banquero de origen judío, que además ve con buenos ojos la anexión con Alemania y la política de Hitler. Su pensamiento y una acción de su marido (que está muy asustado con  la situación política de su país) la convierten en un objetivo de la Gestapo, que ella, entre rejas, recibe como un castigo casi divino por no haber amado al hombre adecuado…

De nuevo el papel de los dos personajes femeninos en la vida del protagonista es ambiguo y polémico: porque ¿es el cardenal el responsable irresponsable (valga la paradoja) e inmaduro del trágico destino de ambas? ¿La actuación del protagonista es puro egoísmo y ellas unas víctimas? O miradas con los ojos del protagonista: ¿son las mujeres las que retiran al cardenal de su 'noble' objetivo? ¿Son las mujeres las representantes de Eva, la semilla del pecado, las tentaciones...?

Un cardenal asustado…
Otro tema que me resulta apasionante es la elección del actor protagonista, Tom Tryon. Lo pasó tan mal con el Ogro que se retiró definitivamente del cine. Además recibió muy malas críticas en comparación con sus otros compañeros de reparto. A mí me parece una elección idónea y su inexpresividad, belleza y rigidez concuerda con la ‘incomodidad vital’ que posee siempre el protagonista en todos los aspectos de su vida.

Además la historia de Tom Tryon es interesante y curiosa… después de retirarse como actor de cine se convirtió en un escritor de éxito de novelas de ciencia ficción, terror y misterio, y algunas de ellas fueron llevadas al cine. Por ejemplo, uno de sus relatos —una serie de cuentos que realizó sobre Hollywood— sirvió de base para una de las últimas películas de Billy Wilder, Fedora.

Un aspecto personal que me ha llamado la atención, Tom Tryon era homosexual…, un homosexual haciendo de cardenal no tuvo que gustar mucho a la Iglesia más cuando también es conflictivo el posicionamiento de esta respecto a este tema (que sigue siendo hoy protagonista de enconados debates)… ¿Para cuando un Papa gay?


Formas de contar
¿Y formalmente merece la pena El cardenal? A mi gusto Otto Preminger vuelve a demostrar su dominio de la narración cinematográfica. El cardenal es una superproducción plagada de momentos íntimos y soluciones formales efectivas. Así como personajes complejos (con buenas interpretaciones de Carol Lynley, Raf Vallone, Burgess Meredith, Cecil Kellaway o el director de cine, John Huston) y bien construidos.

… La película ofrece pinceladas de la vida del cardenal y muestra una estructura perfecta: en el momento que está siendo nombrado cardenal, en una ceremonia, el protagonista va rememorando los momentos culminantes de su vida hasta llegar al cargo.

Cuenta con una puesta en escena y con unas decisiones en la manera de contar que acompañan el relato: desde la presentación del personaje en los créditos que nos muestra a un eclesiástico del que nada sabemos paseando por Roma (que además nos sitúa en la época en que es nombrado cardenal: Mussolini en el poder y todavía no ha estallado la segunda guerra mundial) hasta momentos íntimos como la escena del confesionario (donde su hermana menor trata de comunicarse fallidamente con él). Otro momento culminante por cómo lo muestra (aunque ahora sea una escena mil veces repetida pero en el momento que la plasmó Otto, no), con un distanciamiento y una objetividad que causa un impacto en el espectador brutal, es un suicidio de uno de los personajes.

También merece la pena apuntar la presentación de ciertos personajes como el obispo con rostro de John Huston o al padre del protagonista. Así como la meticulosidad de los ritos religiosos y las vestimentas, la vida interna en las iglesias o en los pasillos del Vaticano.


Así la película de El cardenal entiendo que pudiera aparecer en las listas del momento en segundo lugar además de parecerme un punto de inflexión en la carrera de su director. Y que puede ser además una película rescatable para verla hoy, analizarla y debatirla.

Isabel Sánchez

sábado, 15 de febrero de 2014

¿Qué hacemos con Maisie?

 
 
   Basada en la novela “Lo que Maisie sabía” de Henry James, publicada en 1897 y de asombrosa actualidad, la película narra el complejo proceso de divorcio de una pareja integrada por una estrella de rock en horas bajas y un marchante de arte que tampoco atraviesa su mejor momento. Maisie es hija de ambos, tiene seis años y, a través de sus ojos, asistimos al desmoronamiento de la pareja, a sus mezquindades, sus miedos y su incapacidad para cuidarla. Tras la separación, viene la lucha por la custodia, los nuevos y respectivos matrimonios que aportan a la vida de la niña sustanciales cambios: la hasta entonces niñera se convierte en su madrastra y un joven camarero al que apenas conoce acude a recogerla al colegio en calidad de padrastro. Para Maisie, la vida es incierta, la rutina; inexistente y la convivencia con sus padres; un terreno de arenas movedizas donde esquivar los celos compulsivos y la inseguridad de ella y el carácter voluble y egocéntrico de él. Cuando en un momento de la película, su padrastro, con el que establece una estrecha relación, le pregunta, al verla entrar en el piso, que de dónde viene, la pequeña responde que fue a desayunar con su padre, éste le anunció que iba a marcharse a Inglaterra, le propuso irse a vivir con él y, un momento después, concluyó que estaría mejor con su madre en EE.UU y la devolvió a casa. Si en lo que tarda en comerse una tortitas, Maisie está a punto de cambiar de país, en las semanas que abarca el metraje, vaga entre los hogares materno y paterno (según el acuerdo de divorcio que ambos cónyuges incumplen reiteradamente) y se encariña con las parejas de sus padres, tan desatendidos por éstos como ella.

 Maisie, interpretada por Onata Aprile con naturalidad y oficio pese a su escasa edad, parece más adulta o, como poco, menos pueril y caprichosa que sus progenitores: una estupenda Julianne Moore y un Steve Coogan que prolonga aquí su papel en The trip. Están bien secundados por Joanna Vanderham y Alexander Skarsgard (muy alejado de su personaje televisivo de True Blood) encarnando a esos padrastros que ejercen la paternidad más y mejor. Pese a todo, Maisie no juzga a los adultos aunque sí aprende a callar ciertas cosas y a medir sus palabras, una actitud precavida que, probablemente, todos habremos percibido en algún crío pequeño en una circunstancia concreta y que nos habrá provocado esa misma desazón que destila la película.  

 Los directores (Scott McGehee y David Siegel) consiguen reflejar el drama sin caer en la sensiblería que sí aflora en otras películas con el mismo tema como Kramer contra Kramer (Robert Benton, 1979) o Historia de lo nuestro (Rob Reiner, 1999). La puesta en escena, sobria y nada efectista, acierta al situar en muchos momentos la cámara a la altura de su protagonista de modo que vemos el mundo como lo ve ella, en un ligero contrapicado. Y con Maisie, sentimos desconcierto, temor y cansancio, y nos tememos, al fin, que su única salida sea crecer.
Cuánto más rápido, mejor.

  Almudena Ramos.


viernes, 14 de febrero de 2014

La gran rutina hollywoodense


“La gran estafa americana” (“American Hustle”, David O. Russell, 2013)

Los años 70 del pasado siglo, época en la que transcurre “La gran estafa americana”, fueron en Estados Unidos una década de numerosas turbulencias en lo político y en lo económico (guerra de Vietnam, Watergate, crisis del petróleo), pero gloriosa para el thriller cinematográfico, género que alumbró entonces un buen puñado de excelentes películas: “La conversación”, “Las noches rojas de Harlem”, “Serpico”, “Contra el imperio de la droga”, “Domingo negro”, “La noche se mueve”, “Harry el Sucio”,…

Nada de la garra y de la brillantez de las mejores muestras de aquel periodo aparece en “La gran estafa americana”, recreación bastante libre de un suceso de la época que convirtió en aliados en una rocambolesca operación a una pareja de timadores y el FBI, con el resultado de que varios políticos fueron detenidos por aceptar sobornos.

El guión del propio David O. Russell y Eric Warren Singer se muestra disperso en el desarrollo de la trama e ineficaz en el manejo de la tensión, centrándose más en el retrato, por otra parte muy superficial, del quinteto protagonista: el dúo de hustlers que encarnan Amy Adams y Christian Bale, la mujer algo desequilibrada de éste (Jennifer Lawrence), el ambicioso agente del FBI que impulsa la operación (Bradley Cooper), y el alcalde engañado por aquellos que interpreta Jeremy Renner. Pero allí donde podrían emerger conflictos interesantes en el triángulo amoroso-sexual Bale-Adams-Cooper, o en su paralelo Adams-Bale-Lawrence, lo previsible y la falta de densidad acaban por anegar el conjunto.

Aunque Russell parece mirar hacia Scorsese (acotación: quizá está aún por estudiarse la larga sombra del maestro italoamericano sobre tantos directores contemporáneos), también la falta de creatividad estilística es notoria. Russell, por ejemplo, se recrea rutinariamente en abundantes movimientos de cámara circulares alrededor de los personajes, o en la aproximación veloz de la cámara al actor para reforzar la tensión/emoción.

Si cabe hablar de mojigatería en el plano formal, tampoco se puede pasar por alto la que ha llevado al director a un enfoque que atenúa la carnalidad de las dos actrices protagonistas, cuando por paradoja ambas muestran ampliamente sus encantos físicos. En el caso de la Adams, que luce abismales escotes y largo muslamen, quizá se podría aventurar que Paul Thomas Anderson logró extraer más fuego oculto en algunas miradas de su victoriana ciencióloga para “The Master”, de lo que Russell se ha atrevido a hacer. En cuanto al resto del reparto, Bradley Cooper y Jennifer Lawrence sobreactúan, lo que les aproximaría al Oscar, mientras que Jeremy Renner lidia como puede con un rol muy plano. Sólo Christian Bale, con barba, gafas ahumadas y una barriga a lo Jake La Motta/Robert De Niro, logra trascender con algo más que buen oficio las limitaciones de su personaje.

El final, en línea con el del anterior film de Russell “El lado bueno de las cosas”, es un monumento a la complacencia en versión contemporánea del American Way of Life.

Javier Valverde

martes, 11 de febrero de 2014



¡Todo es fabuloso! (La Lego película)

“El halcón milenario, es el halcón milenario”, gritó mi sobrino Ignacio de 6 años, mientras saltaba del asiento y se ponía de pie señalando la pantalla. Sus risas y su entusiasmo durante toda la proyección, me provocaron a que pensara en escribir esta crítica, aunque debo empezar por confesar que soy una de esas personas que ve muy poca animación, porque cree, equivocadamente lo sé, que es solo para niños.

 Emmet es un obrero vulgar y corriente que sigue las normas al pie de la letra, como la mayoría de los habitantes amarillos de Bricksburg y quien por error acabará convirtiéndose en el protagonista de la profecía que dicta que “el Especial” será el mayor Maestro Constructor LEGO de todos los tiempos salvando al universo de su destrucción por el malvado tirano Megamalo.  Le acompañarán en su transformación a héroe: Super Cool, una aventurera de espíritu libre, Benny, un astronauta de los 70, y especialmente Batman- que le robará casi todos los planos; irán haciendo aparición otros personajes de películas de acción o comics, que tanto adultos como niños distinguirán enseguida: Superman, las Tortugas Ninja, Gandalf, Han Solo, the Green Lantern, etc. Otros personajes importantes son Vitrivius, “el Gandalf” de esta aventura y el Polimalo/Polibueno, que junto a los robots amenizarán las peleas y la diversión de este mundo cuadriculado (en todos los sentidos).

 
La cinta está generada íntegramente por ordenador con un estilo visual muy cercano al stop-motion y ha sido dirigida por Phil Lord y Christopher Miller (“Infiltrados en clase” y “Lluvia de albóndigas”).  Todo está hecho absolutamente con legos, cuando Emmet se levanta por la mañana le vemos afeitarse, peinarse, doblarse para hacer ejercicio; los coches yendo a trabajar ordenadamente y aparcando al compás; el agua, el polvo del camino, el humo, las explosiones, los ojos, sobre todo los de Batman que no existen, o los de Vitruvius; los gestos en sus caras amarillas; la rapidez de montar vehículos identificando las piezas por sus números, hacen que todos queramos coger esas piezas y colaborar.
 
La clave para la verdadera construcción está en creer en uno mismo. La película nos hace cuestionar el orden establecido y nos provoca a seguir construyendo y sobre todo a seguir creyendo.
 
Mis sobrinos y yo salimos del cine entusiasmados y bailando la pegadiza canción de “Todo es fabuloso” que acompaña a los protagonistas durante toda la película, y por supuesto acabamos haciendo construcciones de Lego.
Pilar Oncina
 

lunes, 10 de febrero de 2014

La historia de mi muerte, con Albert Serra





Un banquete a la luz de las velas, al aire libre, sin apenas comensales. Dos amantes parecen haberse quedado dormidos en un abrazo, o simplemente están allí, a la mesa. Con esas velas, con esos restos reincidentes en toda la historia, tras una larga secuencia de quietud y sonidos del ambiente, descubrimos que llevamos 15 minutos en “Historia de la meva mort”. Hay películas de difícil categorización por encontrarse muy poco marcadas las fronteras entre lo cinematográfico y el videoarte. La producción de Albert Serra proyectada en museos o centros de arte, así como en festivales de cine experimental, sitúan a este director en esa línea ambigua desde la que poder aproximarse. Esta es la razón de las muchas posiciones desde las que poder acercarse a la propuesta cinematográfica de Albert Serra. Quizá lo más significativo sea que para hablar de su obra , debamos considerarla como un dispositivo artístico, que requiera para su “análisis” de un referente que nos explique o descubra sus entramados.
Tras año y medio dedicado al montaje, Serra expone que el resultado final adquirió forma en ese proceso, pudiendo haberse resuelto de muchas maneras posibles. Esto recuerda al montaje final que realiza Terrence Malick en sus películas, siendo ahí dónde acaba configurando la propia trama de la historia (como sucede en su último largometraje, To the wonder). Y Serra, en Historia de la meva mort, decide contar una historia que simbolice ese paso del Siglo de las Luces al Romanticismo. Y para ello seguirá trabajando  entorno a la dilatación del tiempo, con mecanismos más narrativos que en anteriores largometrajes, pero sin renunciar a aquellos elementos que forman ya parte de su estilo personal. Si en Honor de cavalleria empleaba largos planos que nos introducían en bloques temporales  para hacernos participar como espectadores de la dimensión más contemplativa de la historia, y en El cant dels ocells se centra más en el carácter paisajístico de las imágenes, en Historia de la meva mort conjuga los largos planos estáticos (muy presentes en las correspondencias fílmicas de este director), pero con ese carácter pictórico en las escenas que trascurren en el campo, que recuerdan a las experiencias estéticas que proponen directores como Sokurov. Este recorrido simbólico de la luz a las tinieblas, es un paso que Serra da tanto en lo formal, pasando de las escenas en el interior de un castillo (primera vez que graba en espacios cerrados), a las escenas que poco a poco introducen en un mundo de sombras, de oscuridad que asoma constante en esa segunda parte del film y que tiene su punto mas álgido en la matanza tan ritualizada.
Desde el terreno del mito, y como ya sucedía en trabajos anteriores, Serra va a contar la historia de personajes que están en el imaginario colectivo: Casanova y Drácula. Ambos como representantes de sus momentos históricos, con las connotaciones que el director ha querido reflejar con cada uno. Sumergiéndose en los tiempos muertos de las historias de estos dos personajes, como hizo con los Tres Reyes Magos y Don Quijote y Sancho Panza, desde una postura que parece más voyerista: estamos ante un día cualquiera en la vida de estos personajes, en sus rutinas, cargadas de todo aquello que les hacen ser quienes son. Casanova es un viejo que disfruta con cualquier placer que su físico le proporciona, mientras que Drácula es ese ser siniestro, que parece gozar de mayor empatía en sus relaciones con las mujeres. Dos personajes que comparten la noche y el deseo como rasgos de su ser, y que sirven de puente y unión entre las dos grandes épocas a las que nos acerca. Pero, ¿son esas las sensaciones que trasmite cada una de las partes tan diferenciadas de la película? ¿por qué la belleza de unas imágenes tan pictóricamente encuadradas y esos sonidos del viento y el fuego no consiguen desprenderse de la mediocridad que a menudo hay en lo cotidiano, o en lo siniestro?

Si el cine de Albert Serra se basa en una cámara como mediadora de registro de las imágenes que le cuenten la historia que quiere montar, en Historia de la meva mort, hay menos de azar en todo ese proceso que en anteriores trabajos: diálogos más trabajados, personajes más caracterizados desde una óptica, quizá, demasiado personal. Y el resultado es que la cámara retrata desde una perspectiva muy subjetiva. Hay frivolidad en la concepción del amor, en unos personajes femeninos (primera vez retratados en sus películas), que parecen carecer de fortaleza siendo solo consortes o marionetas de sus destinos, y en considerar a Casanova un símbolo de la libertad y a Drácula la vuelta al conservadurismo. Quizá la intención de Serra no es la consecución obtenida en Historia de la meva mort, pero, ¿quién soy yo para saber qué quería conseguir decirme Albert Serra?


Cristina Aparicio
AL ENCUENTRO DE MR. BANKS






"Rotten kids, you work your life out...!" es una de las últimas frases pronunciadas por el Jurado número 3 en 12 hombres sin Piedad (Sidney Lumet, 1957) y es la que revela por fin sus prejuicios. Hasta el final de la película está convencido de que debe condenar a muerte a un adolescente por asesinato independientemente de que todas las pruebas contra el chico han sido refutadas. No le interesan, su propia experiencia vital respecto a los hijos ya ha decidido por el. 

La película de Lumet es una genial reflexión sobre como la experiencia de nuestras vidas influye en nuestro presente. Como forman nuestras decisiones, explican nuestras fobias y sobretodo influyen en nuestras relaciones con otras personas. Al Encuentro de Mr Banks (John Lee Hancock, 2013) trata también esta cuestión de una forma más sentimental y en el marco del proceso de creación de la película Mary Poppins (Robert Stevenson, 1964). Dicho proceso no fue sencillo  debido a la reticencia de su autora, P.L. Travers, a ceder los derechos de su creación a Walt Disney. 

Las reticencias de la Señora Travers derivan de que su obra, en la cual plasmó muchas de sus experiencias, fuese simplificada y edulcorada por el el estudio Disney y específicamente por su fundador. 

La película lleva el tema central más allá que el film de Lumet y reflexiona también sobre como tratar esos recuerdos, como no debemos permitir que aquellos que nos causan dolor dominen nuestro día a día y la conveniencia de concentrarnos en los que son positivos. Hay una escena en la que la Señora Travers nos causa rechazo por expulsar de una reunión a alguien que cuestiona que tenga importancia que un personaje su creación lleve o no bigote. La siguiente escena nos causa el efecto contrario sobre ella al meternos de lleno en su pasado y hacernos entender por qué esa cuestión es de vital importancia. Son dos escenas geniales ya que a través de ellas la película no sólo narra una relato sobre los prejuicios sino que permite que el espectador se cree el suyo propio y lo supere, haciéndole así participe activo de una de las moralejas de la historia. Preferencias personales que a primera vista pueden parecer triviales, como el tipo de clima que nos gusta más, pueden estar basadas en las más trascendentales y profundas experiencias. 

Las barreras creadas por todos esos prejuicios derivados de nuestras experiencias nos impiden acercarnos a otros. Sólo cuando podamos superar los propios y entender que los otros también los tienen, podremos acercarnos y crear un punto de encuentro. La película muestra como este viaje hacia el acuerdo puede comenzar por algo tan pequeño como respetar la manera en la cual alguien quiere que se dirijan a el.

Los aspectos técnicos de la película están muy bien cuidados y los actores hacen un trabajo magnífico, todo lo cual facilita la inmersión del espectador en la historia. Es cierto que el tono de la película es sentimental pero al crear unas bases sólidas para el relato, tratar la emotividad de una forma gradual, la película funciona y resulta muy emotiva. 

Aunque estilísticamente la película no es en absoluto revolucionaria, su positivo mensaje es importante en los tiempos que corren. Hoy en día quizá nos empeñamos demasiado en compadecernos recordando constantemente las penalidades que hemos sufrido y lo que nos merecemos y no tenemos. Tachamos a a los que ven el lado positivo de las cosas como ingenuos o mentirosos. Sin duda existen píldoras y son importantes pero ponerles azúcar en vez de quejarse es nuestra decisión. Ser positivo es una muestra de valentía y de ser capaz de superar los problemas. Aunque todo vaya mal es mejor levantarse y ponerse a limpiar.


Jesús Mejía