Quizá la obra que mejor represente el dolor y el abandono que
Camille Claudel sintió por Auguste Rodin sea su célebre ‘La edad madura’,
en la que la escultora se representa a sí misma suplicando a su amante que no
se deje embelesar por los susurros de esa ánima embaucadora con la que
identificó a Rose Beuret.
'La edad madura' (Museo de Orsay) |
Claudel no se repuso nunca de ese sentimiento de dolor y abandono,
que transmutaría en episodios de esquizofrenia tras la ruptura con el escultor
francés. La soledad es, precisamente, una de las protagonistas indiscutibles de
‘Camille Claudel 1915' (Bruno Dumont), película que condensa en tres únicos
días la enfermedad, el ahogo, los gritos, el silencio, la soberbia, el desgarro
de la pérdida, las lágrimas, la desesperación, pero también la esperanza que la
artista alimentó durante casi tres décadas en el manicomio de Montdevergues. O,
tal vez, sería más adecuado matizar que quien condensa magistralmente todas
esas sensaciones, sin recurrir apenas a la palabra, es Juliette Binoche.
Binoche y su mirada. Una mirada colmada de la vida interior de
Claudel, de su deseo de libertad, de su pena, de su ira porque siente que Rodin
le roba su arte, de su miedo a morir envenenada. Su interpretación es austera,
tensa, emocionante (especialmente en los diálogos que mantiene con el doctor del centro y
con su hermano), acompasada por los sonidos fuera de plano. Sin artificios. Sin
maquillaje. Sin música (salvo la litúrgica ‘Suscepit Israel‘ de los créditos
finales)... Y es en medio de ese silencio, de ese vacío, donde Bruno Dumont
conjuga el genio atronador de estas dos artistas galas.
En un intento por recrear fielmente la realidad
que afrontó la escultora, y bajo una clara influencia de Robert Bresson, Dumont
opta por dirigir actores ‘naturales’, en lugar de actores ‘profesionales’. Así,
frente a películas como ‘Despertares’, ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’,
‘Inocencia interrumpida o, más recientemente, ‘Shutter Island’, los pacientes
que aparecen en el centro psiquiátrico de ‘Camille Claudel 1915’ son enfermos
reales. No es la única similitud con el estilo del director de ‘Diario de un
cura rural’ (1951). Como él, Dumont refleja los tormentos de
la psique humana y muestra la inmisericordia de la devoción religiosa. Esto está especialmente latente en el personaje del hermano de Camille, el
escritor Paul Claudel (Jean-Luc Vincent), cuya razón y emoción aparecen
anuladas bajo el peso de la fe. Desde el punto de vista de Dumont, el fundamentalismo de este
personaje, único vínculo de Camille con el mundo exterior y sobre cuya visita
se articula el hilo argumental de la película, es lo que, a fin de cuentas,
acabará condenando a su propia hermana al ostracismo. Un confinamiento que,
desde el punto de vista formal, no sólo se traduce en la escenografía propia de
la historia, sino en la elección de los planos: abiertos cuando Camille sueña
con la libertad (o con la visita de su hermano) y cada vez más cerrados (y
opresivos) cuando piensa acerca de su reclusión, “este infierno, que es peor
que el de un criminal, porque yo no tengo derecho a un abogado”.
Camille Claudel sólo tuvo un deseo (repetido varias
veces en la interpretación de Dumont) durante el resto de su vida: regresar al hogar y volver
a sentir el calor de una madre que, como Rodin, la había abandonado a su suerte. El contraste final entre esta esperanza básica y la escasa
compasión que su familia mostró en los años posteriores honra el recuerdo de
esta escultora, al tiempo que deja sin palabras al espectador.
Tamara Vázquez
Tamara Vázquez