jueves, 15 de mayo de 2014

Hasta que la muerte nos separe


La naturaleza del amor es tan desconocida como los resultados del propio enamoramiento, capaz de las más conmovedoras gestas y las más terribles afrentas. Alain Guiraudie en El desconocido del lago ofrece una radiografía minuciosa y nada benévola del abismo al que conduce la búsqueda desesperada de tan codiciado sentimiento a través de repetitivos encuentros fugaces que ansían aliviar la amarga soledad por medio del contacto carnal.

En la tranquila orilla de un idílico lago semioculto unos mismos personajes de los que no sabemos más que llegan allí día tras día para despojarse de sus ropas y sus vidas y disfrutar de la desnudez al sol, nadar, y de paso mantener encuentros fortuitos que no necesitan justificación, se levanta una historia de amor que aúna pasión, amistad, crimen y sexo. Alain Guiraudie, con un espectacular sentido de la atmósfera, no sale de este pequeño microcosmos para contarnos la historia de Franck, un treintañero que acude al lago al calor del sol y del sexo. Allí establece una relación de amistad con Henri, un hombre solitario y de buen corazón que pese a buscar cariño y atención no puede si no permanecer alejado del resto de los bañistas y la dinámica sexual que allí acontece, pero será el poderoso físico del atractivo Michael el que se convierta en el oscuro objeto de deseo de Franck.

La capacidad de observación casi documental de Guiraudie apuesta por un naturalismo extremo que evoca a Éric Rohmer  o Jean Renoir, dando a cada plano un sentido pictórico a través del color y la composición. El rumor de las hojas agitadas por el viento, única banda sonora acompañada en ocasiones por el fluir del agua o de los cuerpos en este rincón de plácidas rutinas, nos va aproximando a una historia que nos hace sentir como uno más de esos voyeurs que mueven las ramas de los árboles en búsqueda de genitales, eyaculaciones y feromonas.

Si La vida de Adèle mostraba una exploración romántica del deseo, El Desconocido del Lago, estrenada también en el pasado festival de Cannes donde se alzó con el premio a mejor dirección en la sección Una Cierta Mirada, apuesta por una historia que apela al amor irracional, carnal, y hedonista.

En este ejercicio sincero y convulso hasta el dolor, Guiraudie sabe extraer el horror de la sordidez del sexo más estéril dejando al descubierto las antinomias íntimas de un personaje dispuesto a no querer ver el crimen de su objeto de deseo con tal de agarrarse a un minúsculo filamento emocional que alivie una carencia afectiva más dolorosa que la propia muerte.

Sin embargo la historia como thriller no termina de zarpar y son varias las historias que se quedan estancas en las aguas del lago. El espectador se aleja de los arbustos y la maleza para buscar la médula de la historia de amistad entre Franck y el entrañable Henri con los que no acaba de dar.

La tragedia de Franck es la tragedia universal del miedo a la soledad absoluta y Guiraudie nos hace meditar sobre ella a través de los engranajes del amor y sus difusas fronteras, sin juicios, sin convencionalismos, sólo a través de una coreografía de miradas, movimientos y encuentros convenidos.

Marta Alonso

1 comentario:

  1. No he visto la película, Marta, pero no sabes cómo han incrementado mis ganas de verla tras leer tu texto. De alguna manera, me has hecho vislumbrar la película a través de tus palabras y eso es uno de los grandes logros de un texto crítico. Mis felicitaciones entusiastas por este trabajo, Marta.

    un abrazo,

    jordi

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