viernes, 25 de abril de 2014

La imagen perdida



LA IMAGEN PERDIDA

 El mar golpea la pantalla y la inunda por completo. Se aleja y vuelve a inundarla una y otra vez, provocando una sensación de ahogo en el espectador. Es la imagen con la que Rithy Panh nos explica cómo la infancia regresó a su memoria de golpe cuando rebasó el medio siglo de edad y ya no le abandonó. Para contarnos lo que vivió desde los once a los catorce años se sirve de unos muñecos de arcilla, tan estáticos como expresivos, a los que unas habilidosas manos dan forma y pintan, primero, con los alegres tonos de la plácida vida familiar de clase media y, tras la entrada en Phnom Penh de los jemeres rojos en abril de 1975, con el obligado negro de la ropa de trabajo, único color permitido para igualar a todos los ciudadanos de la Kampuchea Democrática. Así se bautiza a la nueva nación convertida en un inmenso campo de concentración donde las ciudades, símbolo del aburguesamiento de la población, quedan abandonadas y cualquier rastro de progreso  o de libertad desaparece por completo mientras emerge la figura del Hermano número uno. Las imágenes de archivo son pocas y se repiten a lo largo del metraje sin perder por ello su valor, como la fila de hombres y mujeres que transportan canastos de tierra en  un plano tan general que parecen laboriosas hormigas, igual de insignificantes para los nuevos mandatarios, siempre sonrientes, aplaudiendo y aplaudidos, ajenos al padecimiento del pueblo. Las ficciones distópicas de 1984, Farenheit 451 o El cuento de la criada se hacen realidad y el protagonista, con su camisa estampada, rememora otras historias llenas de música y brillo para evadirse del horror: las que filmaba un vecino suyo, director de cine, a cuyos rodajes asistía antes del "año cero".

  Casi dos millones de personas murieron en Camboya en los apenas tres años de desgobierno de Pol Pot. Hasta 2006 no se formó un tribunal dispuesto a juzgar los crímenes contra la humanidad y su labor es tan lenta que los culpables mueren ya ancianos y convencidos, seguramente, de haber hecho lo correcto. Tan orgullosos, quizás, como los protagonistas de The act of killing (2012), a quien se les pide que reproduzcan ante la cámara las ejecuciones y torturas a las que sometían a los sospechosos de comunismo tras la subida al poder de Sukarno en Indonesia,  haciendo su propia y terrible película y asumiendo, en ocasiones, el papel de víctimas, lo que parece abrir una brecha en su conciencia y servirles de terapia. El resultado fascina y revuelve el estómago a partes iguales porque a los verdugos no les importa hablar, se vanaglorian de sus hazañas protegidos por un gobierno cómplice mientras que las víctimas de los genocidios callan durante mucho tiempo, por vergüenza o por no encontrar las palabras para describir tanto sufrimiento. En La imagen perdida no hay actores, ni testimonios directos, tan solo unas figuras de arcilla, con las facciones cada vez más acentuadas y los cuerpos más encogidos, protagonizando una pesadilla que fue fotografiada y filmada pero de la que apenas ha quedado rastro. La imagen que falta (traducción literal del título original L’image manquante) está en la memoria de los supervivientes. Las habilidosas manos modelan el hambre, la enfermedad y el terror en el barro, construyen los pequeños decorados (la aldea, las chozas, el bosque) y se añade una rica banda sonora para recrear el ambiente y que  no tengamos que imaginar nada. Todo está ahí: en la pantalla, en ese mundo creado por un hombre de cincuenta años que relata con serenidad su propia y traumática experiencia. Y el espectador empatiza con los personajes de arcilla y desea que vuelvan a su casa de la capital y a los rodajes de esas otras películas llenas de música y brillo.
  
  Almudena Ramos.
 

6 comentarios:

  1. Parece como si Rithy Panh se hiciera una pregunta: ¿Cómo narrar cinematográficamente el dolor? ¿Cómo enfrentarme en primera persona a mi pasado, a las ausencias? Y su contestación fuera este documental duro pero a la vez tan hermoso (tal y como argumentas en tu crítica). Su familia y él mismo se transforman en figurillas de arcilla y agua estáticas... pero la voz en off, las reflexiones y las maquetas donde sitúa esas figurillas... hacen que estas posean alma, vida.
    Y como dices Almudena: "Todo está ahí: en la pantalla, en ese mundo creado por un hombre de cincuenta años que relata con serenidad su propia y traumática experiencia". Y la palabra clave es SERENIDAD y DISTANCIA temporal para contar lo ocurrido, lo que parece imposible contarse, lo que realmente ocurrió. Y provocar esa sensación de ahogo al espectador mientras escucha una voz que le describe todo como un poema bello, duro y desgarrado.

    Besos
    Isabel

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  2. Hola Isabel:
    A mí también me impresionó el tono pausado con que cuenta todo lo padecido por él mismo y por su familia. Me da la impresión de que ni siquiera busca que se haga justicia o se castigue a los culpables, simplemente quiere dejar constancia de lo sucedido y encuentra una forma muy orignial de hacerlo. No he visto más películas de este director pero creo que tiene alguna de ficción y varios documentales que seguro que valen la pena.
    Un beso,

    Almu.

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  3. Hola Almudena.

    Poco puedo añadir a tu crítica, la verdad. A mí también me fascinó cómo consigue la película que empatices con unos muñecos de arcilla. Sí, es cierto que todos sabemos que no son simples muñecos de arcilla y que representan personas a las que le sucedieron cosas horribles pero para mí, sobrepasa incluso ese valor. Habia ciertos momentos en los que las imágenes de archivo me parecían elementos ficcionados comparadas con las situaciones representadas por los muñecos.

    Sobre lo que comentais Isabel y tú del tono pausado, estoy de acuerdo también con vosotras. Eso sí, creo que sí que hay cierta intención, si no de ajustar cuentas, de reprimenda a ciertas actitudes. Ese "¿Dónde estaban esos intelectuales que hablaban del budismo y de la aceptación del destino?", por ejemplo. Algo que me parece completamente lógico y comprensible, por otro lado.

    Un abrazo.
    Aron.

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  4. ¡Por cierto, que se me olvidaba! La comparación que haces con "The Act of Killing", me parece muy interesante. Como tú bien apuntas las películas que hacen los verdugos tienen una finalidad catártica (par alguno de ellos) y es ese el mismo objetivo que parece buscar para sí Pahn con esta "The Missing Picture". Lo que hace que el único punto en común entre dos bandos completamente antagónicos sea el cine.

    Un abrazo.
    Aron.

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  5. Salí completamente impresionada de la película y aún recuerdo la voz del narrador, su tono y la pausa con la que hablaba. Realmente increíble la narración y como con tan poco como esos simples muñecos de arcilla cuentan el horror vivido por el pueblo camboyano. Estoy de acuerdo con Aron en que sí tiene un punto de intención de "reprimenda" en su discurso. Y me gusta mucho más el título en francés, creo que dice más de lo que busca el director.
    Aún no he visto "the act of killing", la tengo pendiente, pero os recordaré cuando lo haga. Gracias Almu.
    Abrazos,
    Pilar

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  6. Un texto sobresaliente, Almudena. Sueles escribir muy bien, pero por eso tiene un valor muy especial poder decirte que el primer párrafo de esta crítica es quizá lo mejor que has escrito en este blog (y eso que ya has escrito muy bien por regla general).
    En la segunda parte de tu crítica quizá te hubiese podido dar más juego entrar más a fondo en las diferencias radicales entre "The Act of killing" y esta: a los ojos de muchos críticos son dos películas radicalmente opuestas, aunque a mí me gusten las dos. Es cierto que la ética de ambas no tiene nada que ver: dar voz a los verdugos (con el propósito loable que sea) o rescatar la irrecuperable voz de las víctimas.
    habláis de serenidad y distancia: en el libro "La eliminación" de Rithy Pahn aparece un Rithy Pahn mucho más duro, implacable, justo el que Aron y Pilar perciben en esa frase/reprimenda a los intelectuales de izquierdas europeos.

    un abrazo,

    jordi

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