La herencia del slapstick, la pura comedia física, puede
rastrearse en 9 meses… de condena y
es su punto fuerte. Desde los tiempos de Mack Sennett, Charlie Chaplin, Buster
Keaton, Fatty Arbuckle o Harold Lloyd…, la bufonada, el bullicio, la payasada
que se deriva del dolor, la caída, el golpe, el tartazo (sí, de lanzamiento de
tarta), el malabarismo, el lenguaje corporal extremo… ha provocado la risa en
el respetable público. La tradición del trastazo ya venía de lejos, desde la commedia dell’arte o el vaudeville. El slapstick salvaje ha derivado también en un humor donde conviven el
delirio y la absurdez. Los herederos del slapstick
han ido de Peter Sellers a Jerry Lewis pasando por Jim Carrey. Y ahora el
actor y director francés Albert Dupontel sigue con esta tradición y crea
efectos visuales que dan como resultado una comedia física extrema con aires de
humor negro y crítica social.
Si vemos su trayectoria como
director, Dupontel siempre ha puesto como protagonistas de sus obras a hombres
que son marginados sociales, así 9 meses…
de condena no es una excepción. Dupontel es un delincuente, un excluido
social, que ha sido condenado por un horrible robo con violencia del que él se
declara inocente. El director describe sus películas como dramas graciosos y
explica que trata de “hablar de los sesgos de la sociedad con una nariz roja”.
Por eso el cine de Dupontel despista e incluso a veces provoca en el espectador
un extrañamiento al no saber si está viendo una payasada extrema de mal gusto o
si realmente hay donde escarbar. Y en ese complejo equilibrio se encuentra 9 meses… de condena.
El motivo por el cual Dupontel
quiso contar la relación que se establece entre una jueza inflexible y un
delincuente ‘tarado’ (tal y como le describe la protagonista) surge de un
documental, 10ª sala: instantes de
audiencia de Raymon Depardon, donde se siguen doce casos de una misma
jueza. El documental muestra los procedimientos judiciales que se suceden en
una misma sala en París que sirven además para analizar los comportamientos
humanos. A partir de esa inspiración Dupontel crea una ‘extraña pareja’, otro
elemento clave para la comedia, y se sirve del lío, del enredo e incluso de una
premisa del screwball comedy. Y esa
premisa es que el mundo de la jueza queda patas arriba cuando en su vida entra
de lleno un hombre perteneciente a un mundo muy alejado del suyo (y es a las
personas de ese mundo ajeno al suyo —ella vive como en una burbuja de cristal
en su despacho y en su piso— a las que sin embargo juzga cada día…). Y como en
toda screwball comedy tras el caos,
viene la calma. Así el director y actor construye su particular drama gracioso
donde apunta contra el sistema judicial y los medios de comunicación (entre
otros frentes).
Además de la ‘extraña pareja’
(Sandrine Kinberlain y el propio Dupontel), inevitablemente y de la manera más
absurda —en una noche de borrachera de la jueza— unidos para siempre, Dupontel
crea dos excelentes secundarios que también juegan con el tono de esta comedia
física. El juez engreído que recibe más de un golpe salvaje en su cabeza
(Philippe Uchan) y el exaltado y divertido abogado tartamudo (Maître Trolos). El
director (también guionista) refleja un pequeño universo de personajes
grotescos como el anciano millonario (una y otra vez seccionadas sus
extremidades de la manera más absurda) o crea cameos brillantes para colegas de
la profesión como el de un peculiar intérprete de lenguaje de signos (Jean
Dujardin) o un asesino en serie con cara temible con costumbres culinarias
peculiares (Terry Gilliam).
Así por otra parte Albert
Dupontel trata de buscar soluciones visuales y una puesta en escena que dan una
original factura a la película. Así el principio muestra un plano secuencia: una fiesta de fin de
año en el palacio de justicia donde la cámara va siguiendo a un globo, que sale volando por una ventana del habitáculo donde se sucede el jolgorio y nos
lleva hasta un pequeño despacho. Ahí se encuentra encerrada la protagonista
entre cientos de expedientes ajena a la diversión y contándonos su filosofía de
vida. O está también muy bien resuelta la escena en que la jueza va a ver los
vídeos grabados por las cámaras de seguridad de precisamente esa noche de fin
de año, donde descubrirá qué fue lo que le pasó esa noche de amnesia…, las cámaras
reflejan su paseo nocturno…
9 meses… de condena queda así como un híbrido extraño de drama
gracioso y extremo, con tendencia a la comedia física, unas gotas (podía
haberse ahondado más en este punto) de crítica al sistema judicial y a los
medios de comunicación, con humor negro y algo de gore. Y por qué no decirlo…
incluso con sus momentos de ternura.
Isabel Sánchez