En su continuo
movimiento de rotación sobre su eje y traslación por la galaxia
cinematográfica, el planeta Anderson describe una curva única que altera todo
lo conocido. Después de la emoción, conmoción y asalto al músculo cardíaco que
supuso Moonrise Kingdom, El Gran
Hotel Budapest, la última criatura surgida en ese universo, es una vuelta
de tuerca al viaje iniciático, una extravagante aventura protagonizada por un
conserje de hotel gerontófilo y su aventajado pupilo, vestidos ambos con
uniforme de imposible color magenta que, tan pronto corren en pos como huyen,
de una singular herencia y las consecuencias de recibirla.
Alegre y
vitalista, combinando cierta elegancia lubitschiana
con el frenesí de los hermanos Marx, la película no encuentra momento para
parar un minuto quieta. Hay diálogos, como el de Ralph Fiennes y Matthew
Amalric en el monasterio que provocan la risa, no ya por lo que se dice, sino
por el vertiginoso montaje. La cámara se mueve arriba y abajo, a izquierda y
derecha o en diagonal… por esos cuidados espacios por los que avanzan los
personajes que, a pesar de la hilarante premisa, se toman tan en serio como
siempre en las historias de Anderson todo lo que ocurre y parecen cruzar los
planos como calles entre viñetas de este cómic visual con ritmo de dibujo
animado (esa persecución en la nieve, ese tiroteo en el hotel…) en contenido y
en forma.
Y es que
Anderson no dirige: juega y se divierte y que la diversión es una cosa muy
seria lo transmiten sus películas y sus actores, dejándose arrastrar sin perder
las formas en ningún momento. Ralph Fiennes, liberado de su habitual
encorsetamiento, pone su perfecta dicción y su pose adusta al servicio de
Monsieur Gustave, en una de sus mejores y más libres interpretaciones. No es el
único, pero el reparto (y el término “habitual” se hace más extenso película a
película) de El Gran Hotel Budapest es tan interminable como los detalles que
salpican el metraje y que hacen desear un segundo visionado para atrapar los
que se pierden en el primero.
Por si quedara
alguna duda, estas líneas se escriben al amparo de la Sociedad de las Llaves Cruzadas,
desde la recepción del Hotel Budapest mientras se degusta un exquisito dulce de
Mendls, y se disfruta del recuerdo de
sus días de gloria. Teniendo en cuenta la luminosidad que ha ido adquiriendo su
cine, cabe pensar que la órbita que recorre Wes Anderson discurre cerca del
sol.
Ana Álvarez
Me ha gustado mucho leerte, Ana, sobre una película que creo debo volver a ver para poder escribir qué es lo que realmente me ha transmitido. Porque me confieso que me atrapó de nuevo el mundo formal de ANDERSON pero a la vez me sentí espectadora con un extrañamiento hacia lo que me estaba contando. Un distanciamiento que no me hizo meterme y disfrutar totalmente de la película.
ResponderEliminarLo que más me llegó fue que me contara esa historia en una EUROPA 'creada' del periodo de entreguerras (ahí Ana me parece brillante esa huella que señalas de la Europa lubitschiana, con aires de los Marx y me atrevería a añadir esa Europa decadente pero centrada en el placer de Erich von Stroheim)... una época alocada, brillante, placentera... pero abocada a una tristeza y a un destino trágico muy bien 'dibujada' por Anderson. Yo salí triste..., quizá fue ese el extrañamiento. De una película colorista y divertida, salir del cine con fase depresiva...
Besos
Isabel
No es tan extraño tu extrañamiento, Isa: en el fondo, lo que cuentan las películas de Anderson es muy serio y pesimista. A sus protagonistas, inadaptados, incomprendidos... les pasan cosas tremendas: Life Aquatic es una historia de venganza, Moonrise Kingdom, la huída de dos adolescentes enamorados y los granjeros quieren matar al Fantástico señor Fox!!
ResponderEliminarAnderson convierte lo trágico en absurdo y del drama hace comedia.. pero lo que te ha pasado a ti es que te has quedado con la materia prima de su alquimia ;-)
Besos y gracias por tu comentario.
Hasta esta tarde
Ana.
¡¡Ay, ay, Ana, cómo sufro!! Sufro al no ver mención del nombre de Stefan Zweig en tu texto. Has hecho una crítica apasionada y tan juguetona como la propia película ... hasta el punto que (creo) has preferido corretear sobre su grato recuerdo que entrar a fondo en ella con las herramientas del análisis. No es un mal texto, ni hay nada inapropiado en él: eso sí, es poco para una película de este calibre (creo).
ResponderEliminarun abrazo,
jordi
Jaja,
ResponderEliminarNo sufras, Jordi, que si sufres tú sufro yo, pero sí, lo siento, me divertí tanto con la película que me dejé llevar y olvidé por completo a Stefan Zweig , sobre todo porque no conozco los textos que inspiraron a Anderson y el espíritu de Carta de una desconocida no tiene nada que ver...
De conocerlos, probablemente el enfoque habría sido otro.
Siento mucho haberte hecho sufrir ¡precisamente con esta peli!
Besos.
Ana.