“En aquel entonces había gigantes
en la tierra y también después que los hijos de Dios se unieron a las hijas de
los hombres, y ellas les engendraron hijos. Son éstos los héroes famosos ya
desde antiguo” (Génesis, 6, 4). No cabe duda de que la Biblia es un libro
mitológico maravilloso, que como otras obras mitológicas trata de ‘entender’
por qué el mundo es como es. Y ese libro está poblado de historias épicas y
protagonistas que se enfrentan a las adversidades y a los designios de un único
Dios furioso y amenazador. El Dios protagonista del Antiguo Testamento.
Uno de esos héroes bíblicos es
Noé y su relato es uno de los que puebla el libro del Génesis. La historia del
Diluvio empieza en un mundo de gigantes y héroes, de uniones entre hijos de
Dios e hijas de los hombres… Un mundo que da paso a una fantasía desmesurada donde
la familia de Noé, con él como patriarca, tiene que llevar a cabo una misión.
Yahvé furioso por la maldad de los hombres ‘envía’ la destrucción a través de
un diluvio que arrasará con todo. Encarga a Noé, que es un hombre justo, que
construya un arca y que ahí albergue una pareja de todas las especies animales
y que junto a estos y su familia (su esposa, sus tres hijos y sus esposas)
aguante el temporal… para luego poblar de nuevo la tierra... En el relato
bíblico el mismo Yahvé es consciente de la desmesura de su castigo (y de su
inutilidad): “No maldeciré más la tierra por causa del hombre, porque los
impulsos del corazón del hombre tienden al mal desde su adolescencia; jamás
volveré a castigar a los seres vivientes como acabo de hacerlo. Mientras dure
la tierra, sementera y cosecha, frío y calor, verano e invierno, día y noche no
se interrumpirán más” (Génesis, 8, 21-22).
En esas dos citas bíblicas están
las claves de la ‘interpretación’ que realiza Darren Aronofsky de un pasaje que
en distintas entrevistas dice que le obsesionó desde niño. Crea un universo
fantástico de tintes apocalípticos con gigantes, visiones, premoniciones,
fenómenos extraños, batallas, catástrofes, héroes… y por otra parte lo puebla
con ‘hombres’ y ‘mujeres’ con pasiones, miedos, equivocaciones, emociones,
sentimientos… con ‘hombres’ y ‘mujeres’ que tienden al bien pero también al
mal… un mal que es inevitable (como el bien). Son opciones que están ahí.
Elecciones. Bien y mal. Ahí reside el mayor logro de Darren Aronofsky: la
caracterización y personalidad del héroe bíblico, Noé. Un hombre ‘iluminado’
que a través de una visión emprende una misión que termina obsesionándolo hasta
el extremo de convertirle en una bestia paranoica. Noé, héroe y villano,
magníficamente interpretada por una mole humana con rasgos de Russell Crowe.
Y es en esa complejidad del
personaje de Noé donde Aronofsky atrapa (además de dar continuidad y sentido a
su obra cinematográfica poblada de individuos obsesivos que llegan al límite y
al extremo por ellas) y donde mejor se disfruta su película, de nuevo envuelta
en un mundo visual del exceso y la belleza con una banda sonora envolvente.
Personaje complejo que tiene sus huellas ilustres pero que fundamentalmente
está dibujado en dos antecedentes: Allie Fox, padre de familia, ecologista,
visionario… que emprende un viaje a la locura y al extremismo en su lucha
contra el orden establecido arrastrando a su familia con él y cómo los miembros de
su familia no tienen otra salida más que la rebelión. Allie Fox es el ‘héroe’
de la novela La costa de los mosquitos
de Paul Theroux (llevada al cine por Peter Weir en 1986 con un guion de Paul
Schrader). Y en el mundo del cine clásico nos vamos a un western de John Ford y
a un personaje obsesivo (pero redimido, como Noé, al no poder llevar a cabo su
‘misión’), el Ethan de Centauros del
desierto.
Darren Aronofsky además se vale
de la fábula (y de la fuerza de la narración oral) y se toma ‘licencias’ (como
la invención de personajes que no aparecen en la narración del Diluvio o dar
más protagonismo a personajes que tan solo son nombrados en el relato bíblico)
no sólo para realizar una interpretación acorde con el siglo xxi (el ‘discurso’ más evidente es
presentar a Noé como un ecologista extremo que habla del cuidado de la tierra y
de tomar sólo lo estrictamente necesario de los recursos naturales. Además de
mostrar al hombre como único responsable de la destrucción de la naturaleza) sino
para además abarcar con la historia de Noé otros relatos míticos del Antiguo
Testamento que completan su trama. Así mientras las imágenes de Noé discurren
siempre está presente el Paraíso del Edén, el pecado original de Adán y Eva, la
historia de Caín y Abel o el relato de
Abraham e Isaac…, para quedar más que reflejado la complejidad del ser humano y
como dentro de cada uno se manifiesta el mal y el bien, como dentro de cada uno
está el héroe y el villano…
Noé es además de relato épico, de aventuras, magias y catástrofes,
un retrato íntimo donde sus personajes arrastran sus tragedias personales y sus
emociones o miedos más ocultos. Así Aronofsky deja dos momentos cruciales para
escuchar una canción de cuna (compuesta por Patti Smith) que pasa de padres a
hijos… que canta Noé a su hija adoptiva y después ésta a las nietas del
patriarca. O refleja con cuidado y matices la relación entre Noé y su esposa
Naameh o de éste con su hijo Cam. O también muestra una reunión familiar donde
el padre, Noé, se convierte en narrador de fábulas alrededor de un fuego para
tratar de explicar a su familia que van a ser los últimos habitantes de la
tierra…
Isabel Sánchez
Me ha parecido una crítica generosa (en ideas), brillantemente escrita y espléndida en mucho más de un sentido. Las dos citas bíblicas son muy iluminadoras y respaldan tu argumentación, pero el toque maestro de esta crítica es haber encontrado estos dos precedentes -"La costa de los mosquitos", "Centauros del desierto"- que colocan el trabajo de Aronofsky en una línea de descendencia inesperada, pero creo que muy bien escogida. Leer esto me ha dado una buena alegría.
ResponderEliminarabrazos,
jordi