viernes, 23 de mayo de 2014

Retrato de la actriz como niña rica



"Un castillo en Italia" ("Un château en Italie", Valeria Bruni-Tedeschi, 2013)

La actriz Valeria Bruni-Tedeschi retoma en este su tercer largometraje la temática autobiográfica de su debut como directora (“Es más fácil para un camello…”, 2003). Terreno pantanoso el de abordar episodios de la propia vida, más aún si se es miembro de un linaje de larga tradición acaudalada. Entre los riesgos inherentes están la tentación de la autocompasión, la falta de honestidad y complacerse en problemas banales. Afortunadamente, Bruni-Tedeschi no vacila en mostrarse como una chica rica caprichosa, inestable, desquiciada y desquiciante, escindida entre una especial devoción por su hermano enfermo de sida, sus ansias de maternidad al lado de un Louis Garrel que también hace de sí mismo, y una problemática relación con la fe católica, mientras que su faceta profesional como actriz aparece de una forma muy tangencial, casi accesoria.
 
Escrita por Bruni-Tedeschi junto a la también actriz y directora Noémie Lvovsky y Agnès de Sacy, “Un castillo en Italia” es la tragicomedia de un año en la vida personal de su protagonista, si bien existe una decantación del tono hacia la comedia satírica. De hecho, hay algo de screwball comedy norteamericana de los años 30 en el retrato de esta familia en declive patrimonial, más acusado en la caracterización que dibuja Bruni-Tedeschi sobre ella misma, con toques de millonaria excéntrica a lo Carole Lombard o Katharine Hepburn. El retrato de familia, en el que brillan Filippo Timi como el hermano moribundo y una sensacional Marisa Borini haciendo de la madre, la propia Marisa Borini, se completa con unos secundarios muy bien dibujados a partir de unos pocos trazos: desde el amigo de la familia alcohólico y sableador que encarna el director Xavier Beauvois hasta el kaurismakiano André Wilms como un trasunto de Philippe Garrel, pasando por los miembros de la servidumbre.
 
La transición de un tono a otro no siempre está resulta de la manera más fluida, pero hay un trabajo magníficamente sutil con la cámara y no son escasos los momentos cómicos tratados con gran brillantez (cf. la discusión entre Louis Garrel y su padre después de que aquel descubra la relación pasada de este con Bruni-Tedeschi; el delirante episodio con la monja napolitana; Garrel escapando de un rodaje vestido de mujer al compás de la suite “Iberia” de Albéniz, momento casi almodovariano).
 
La autora ha invocado el referente de “El jardín de los cerezos” de Anton Chejov en el origen del proyecto, en especial en lo tocante al simbolismo que adquieren el nuevo uso del castillo familiar y la tala de un viejo castaño como ocaso de una cierta aristocracia europea. Si bien la última pieza teatral del escritor ruso era, como en cierto modo “Un castillo en Italia”, una farsa habitada por personajes bufonescos, aquella rezumaba una aguda tristeza definitivamente atenuada en la película de Bruni-Tedeschi.
 
Javier Valverde
 
 

1 comentario:

  1. Nada que decir a un texto, de nuevo, irreprochable, Javier: desvelas las debilidades de la película y las expones de manera modélica, encuentras vías de parentesco para mí inesperadas, pero que, al mencionarlas tú, me hacen ver la película con mayor claridad (la screwball comedy), etc, etc... Yo siento amor incondicional por la Bruni Tedeschi y por esta película, pero ya sabes que a mí me ciegan las señoras que hablan italiano (y más si cierran su película con un vídeo añejo de Rita Pavone loando las virtudes nutritivas de las patatas con tomate).

    un abrazo,
    jordi

    ResponderEliminar