Una mujer absolutamente desolada,
que vive en condiciones nefastas en un lugar siniestro de Belgrado, le dice al
profesor de música Misha Brankov (Mustafa Nadarevic), protagonista de Al nacer el día, que tiene que regresar
a ese mismo lugar en invierno, cuando caiga la nieve. Le cuenta, con unas
lágrimas que recorren su rostro, que no se piense que ese lugar siempre es tan
horrible… cuando está cubierto de nieve es tan bonito como un cuento de Navidad.
Y eso es lo que hace Goran Paskaljevic, se convierte en un fabulador para
traernos su particular versión de un cuento de Navidad como si fuese un Dickens
del siglo xxi.
El lugar siniestro y abandonado,
donde ahora malviven los olvidados (los más marginados de Belgrado), es el
antiguo recinto ferial que se inauguró en 1937 y pronto se convertiría en el
campamento Semli donde empezó a
perpetrarse la ‘solución final’ con judíos y gitanos… Ahí se pusieron en marcha
los camiones ‘chupa almas’… cámaras de gas portátiles que luego se construirían
a gran escala en los campos de exterminio como Auschwitz. Y ese lugar
siniestro es descubierto y mirado en 2011 por el profesor de música, que de
pronto, tiene que reconstruir su identidad perdida.
El director serbio cuenta una
fábula emocionante pero tremendamente pesimista. Al igual que en La otra América sólo encontraba una
salida para sus dos protagonistas y era dejarles en un final imposible donde
entraba la magia en un relato tremendamente realista; en Al nacer el día Misha Brankov, el profesor de música, recupera el
pasado en una escena sencilla y hermosa pero demoledora. Es otro
final imposible.
Siguiendo la similitud con un
cuento de Navidad, el profesor de música realiza su particular viaje al pasado,
él mismo es el fantasma del presente (donde comprueba que el ser humano nunca
aprende y que además de egoísta siempre olvida) y no vislumbra el futuro porque
las expectativas son oscuras…
La fábula arranca con la
jubilación del profesor y con la llegada de una carta a su hogar: solicitan que
vaya al museo judío de Belgrado para hacerle entrega de una caja. Esa caja ha
sido encontrada durante las excavaciones de unas cañerías en el antiguo recinto
ferial. De pronto Misha Brankov se queda sin pasado y sin identidad al
descubrir que en realidad fue adoptado y que sus verdaderos padres terminaron
en el campamento de Semli. Ahí en esa caja encuentra una historia desconocida:
una fotografía, una carta dirigida a él y una partitura inacabada (su verdadero
padre era músico como él) titulada Al
nacer el día. Su padre le cuenta en la carta que es la música que escucha
en su cabeza en el campo… De pronto esa melodía inacabada se convierte en la
obsesión del maestro, el único punto de unión con su historia, su pasado y sus
padres. Así comienza el viaje particular del maestro a la búsqueda de su
identidad verdadera.
Misha Brankov al tratar de
recuperar su pasado, se choca desolado con el presente que le rodea y el futuro
que espera agazapado. Y tristemente comprueba que estamos en tiempos oscuros y
que se encuentran latentes actitudes que permitieron el horror y el nazismo que
arrebataron su historia, su identidad y su memoria.
Goran Paskaljevic rueda con
emoción contenida, con colores cálidos —con un predominio de los amarillos,
marrones y ocres— en contraste con los blancos suaves de paisajes nevados
(también simbólicos), y sigue siempre el rostro de Misha que va descubriendo
con nosotros no sólo su identidad sino su visión pesimista sobre el presente.
Con ritmo pausado y fundidos en negro, la fábula avanza hasta alcanzar una
emoción que remueve. Así el músico observa a los nuevos olvidados (gentes
desesperadas por los desahucios, refugiados viviendo en condiciones ínfimas,
ancianos solitarios que arrastran historias tristes como hijos únicos perdidos en guerra reciente…) y a esos grupos humanos sobre los que se sigue derramando
un odio irracional (los gitanos). Así el descubrimiento más triste es comprobar
que la melancolía de esa partitura inacabada que invoca a los muertos, sigue
poniendo banda sonora al presente, desolador. Y que esa melodía sólo es
respetada, escuchada y tocada por los olvidados, por los excluidos de la
sociedad…
Isabel Sánchez
No he visto la película, peo tu texto me ha cargado de ganas: en cierto sentido VEO la película a través de tu texto y eso es fantástico. Sólo un apunte: creo que es correcto decirlo de las dos maneras, pero yo -serán manías- siempre prefiero al expresión "fundido a negro" que "fundido en negro". Pero no hagas caso a esta puñetería de crítico cascarrabias, porque el texto está realmente muy, muy bien. Y, sobre todo, creo que tiene el valor de desvelar el sentido profundo de la película, sin destriparla, al tiempo que aporta una buena idea de su estilo, su forma.
ResponderEliminarun abrazo,
jordi
Isabel,
ResponderEliminarQue bonito y profundo comentario de un tema tan duro y tan visto en el cine, que devuelve a su protagonista a ese presente tan desolado y triste. Es cierto que dan ganas de verlo y acompañar a ese profesor de música en su búsqueda. Gracias como siempre.
Un abrazo,
Pilar