Quizás el nombre de Pete Doherty no les diga nada a muchos. A
algunos les vendrá a la cabeza Kate Moss, la que fue su pareja,
popular modelo a la que según muchos acabó convirtiendo en
drogadicta. Otros le reconocerán como cantante en solitario, o como
miembro de grupos fundados por él como Babyshambles o The
Libertines. De estos últimos probablemente unos cuantos recordarán
que una de las canciones que componían uno de los discos del último
grupo mencionado se llamaba “Arbeit Macht Frei” las mismas
palabras que formaban el lema que se podía leer en los accesos de
muchos campos de exterminio nazi. ¿De verdad hay que cavar tanto
para acabar descubriendo algo tan presuntamente frívolo y ofensivo
cuando vivimos en la era en la que un tweet enviado a destiempo puede
provocar despidos o incluso linchamientos? Woody Allen decía que la
combinación de tiempo y drama acababan formulando la comedia y sería
absurdo que ahora nos lleváramos las manos a la cabeza porque un
grupo de música británico decida titular una canción de pop-rock
con unas palabras que evocan unos tiempos que demostraron que existen
pocas figuras más terroríficas que el ser humano. Quizás porque
como muchos decimos cuando narramos una anécdota curiosa o divertida
“pierde mucho contada”, el tiempo nos insensibiliza y a pesar de
que se nos avise de muchos de los horrores que ha causado el ser
humano, es inevitable que aunque creamos ser conscientes de que
sabemos cómo de grave son ciertos asuntos, realmente no lo seamos.
Ahí se halla el enorme mérito de Claude Lanzmann. El encargado de
crear la pieza documental de valor histórico Shoah, en la que una de
las primeras frases que se puede escuchar es textualmente “No se
puede contar. Nadie puede imaginar lo que pasó aquí”, estrena
ahora El último de los injustos, otra pieza del mismo valor que de
nuevo basa su éxito en testimonios o narraciones que se alejan de
imágenes explícitas o recreaciones pero que consigue a través de
ellas, paradójicamente, que queramos apartar la vista cuando
realmente todas esos pasajes que queremos evitar solo están dentro
de nuestra cabeza, de donde probablemente nunca más volveran a
salir.
De las casi cuatro horas que dura El último de los injustos
gran parte de su duración está dedicada a una entrevista que
Lanzmann, en el proceso de elaboración de Shoah, le hizo a Benjamin
Murmelstein, único jefe judío de los ghettos nazis que consiguió
sobrevivir al Holocausto. Irónicamente, a pesar de conseguir
sobrevivir a uno de las más terribles masacres jamás originadas, su
supervivencia le conllevó tener que ser juzgado, insultado e incluso
amenazado por muchas personas de su misma etnia que consideraban que
al haber colaborado con los nazis, esto le hacía incluso peor que
ellos. Lanzmann decidió entrevistarle cuando ya se hallaba exiliado
en Roma, con el fin de aclarar un poco más el asunto. Casi 30 años
después de Shoah, Lanzmann decide sacar a la luz estas imágenes
que intercala con otras narraciones relacionadas con el Holocausto y
que dan pie a situaciones dignas de una poesía terrorífica (como
aquellos coches fúnebres que se utilizaban para transportar a
personas vivas) o conceptos, que de no haber sido reales, serían
dignos de los mejores Monty Phyton (como un anuncio de propaganda
nazi que anunciaba un ghetto judio como si se tratara de Marina
D'or).
El
último de los injustos, como comentaba antes, sigue la misma
estrategia que tan bien funcionaba en Shoah. Muchas de las
declaraciones o narraciones van acompañadas de imàgenes actuales de
aquellos lugares en los que se dieron aquellas atrocidades provocando
sensaciones escalofriantes sin necesidad de acudir a lo explícito.
Además en este caso, al estar situado en un presente mucho más
actual que Shoah da pie a conclusiones tan curiosas como poder ver
que en lugar en el que se masacraron a miles de judíos ahora haya
un night-club, lo que una vez más nos recuerda lo temporal de cada
situación. Por supuesto, todos estamos obligados a avanzar, ¿pero
olvidamos? Lanzmann se encarga de leernos, literalmente, ciertas
situaciones a lo largo del metraje. Donde quizás muchos vean falta
de dinamismo o ritmo a otros quizás les sirva para recordar que
Lanzmann, por encima de un extraordinario documentalista e
historiador, es ante todo un autor.
De la misma manera que asistimos a un canto del Yom Kipur que pide
el perdón para todos, a modo de reset, la que aparentemente será la
última obra de Claude Lanzmann sobre el holocausto está
directamente relacionada con la redención. Lanzmann parece emitir
una admiración hacia Murmelstein, que queda reflejada en su actitud
a la hora de entevistarle (con un trato que sigue siendo igual de
incisivo que el utilizado en Shoah pero que parece mucho más
colaborativo, al menos hasta llegar a su parte final) y evidenciada
en el desenlace cuando desea que el “amigo mío” con el que se
refiere el entrevistado al entrevistador, no sea solamente una simple
expresión. En cualquier caso, y tomando las dos perspectivas con las
que se puede mirar el caso de Murmelstein, El último de los
injustos puede proporcionar dos lecturas. Por un lado hemos podido
asistir a una enorme mentira de Murmelstein, a través de la cual ha
intentado manipularnos (poco probable para el que escribe esto) o por
otro lado podemos ser conscientes de que mucha gente condenó al
ostracismo, y pidió incluso la pena de muerte, para un hombre que
arriesgó su vida por ayudar a los suyos y que tras fallecer ni
siquiera vio concedida su petición de ser enterrado junto a su mujer
por ser considerado un traidor. Dentro de las opiniones de cada uno y
su particular ética, lo que queda claro es que la parte
terriblemente negativa de ambas conclusiones no está directamente
relacionada con los horrores originados en el Holocausto.
Aron Murugarren
Bravo, Aron, no sólo por la rapidez con la que has afrontado este encargo que te hice, sino también por la brillantez con que lo has resuelto. El arranque de la crítica, a través del desvío Doherty, es sensacional, no sólo porque es inesperada y tremendamente personal -lo mejor para un crítico es tener una identidad marcada-, sino porque te permite hacer una pertinente reflexión sobre el tiempo y sobre el papel de Lanzmann para invocar ese trauma pasado. El desarrollo también es impecable. Sólo echo de menos que no entres más en el carácter de Mummelstein: dejas clara tu posición al respecto, pero aunque creamos en su bondad, creo que también habría que hablar sobre sus ambigüedades, su marcado narcisismo, etc..., porque el factor que tiene la película de retrato de una individualidad muy particular es uno de los grandes atractivos de la película.
ResponderEliminarP.D.: Entiendo lo que me decías en los comentarios de tu crítica anterior sobre el vínculo "Dolor y dinero" y "El lobo de Wall Street", pero mi matización iba encaminada a subrayar que tu texto se podía prestar a confusión, dado que "El lobo..." no es una película bayiana, pero "Dolor y...", a pesar de que Bay no pierde en ella ni esencia, ni estilo, ni identidad, sí que es una película scorsesiana.
un abrazo,
jordi
Hola Jordi.
EliminarLo que me llamó la atención de Murmelstein y estuve a punto de mencionar fue su habilidad constante para hacer referencias a cuentos populares o relatos a la hora de contar su historia. Me fascina la decisión de recurrir a historias infantiles para contextualizar el holocausto.
Si al final no lo puse fue porque me parecía un apunte curioso pero que no iba más allá de una anécdota que me gustó ya que todo lo que comentas sobre las ambigüedades... Al final, me parece que yo personalmente decidí dar un salto de fé y comérmelo todo como se me presentaba. Quizás por cobardía y evitar pensar en lo jodido que sería que fuera todo mentira, aunque como decía en la crítica que sea verdad es quizás peor vistas las consecuencias para el rabino. Sobre el narcisismo, dentro de este salto de fé que te digo que di y creyéndome todo lo que apuntaba, yo soy una persona que a la hora de hacer mi curriculum soy capaz de apuntar mi excelente habilidad a la hora de atarme los cordones así que entiendo perfectamente cualquier tipo de egolatría por su parte.
Entendido lo de "The Wolf of Wall Street". Tienes toda la razón.
Un abrazo.
Aron.
Después de leerme unas cuantas veces el primer párrafo (lo reconozco, como te dije ayer Aron, estoy un poco con el cerebro espeso y con las neurosas dispersas --espesa y dispersa... guau, qué extraño cóctel cerebral--) y después también de leer el comentario de Jordi, creo empezar a ver la luz. Y tu reflexión me parece acertadísima y pone sobre la mesa lo importante qué es la Historia, la memoria y el no olvido. Primero explicas cómo la distancia, por el tiempo, de los acontecimientos puede suponer 'un vacío', 'una frivolización'... de lo no vivido, de lo acontecido en el pasado. Y eso provoca escalofríos. Después das la clave con una frase... "el tiempo nos insensibiliza" y esto también oculta algo que acompaña al ser humano: una estrategia de supervivencia (ese dicho... de el tiempo lo cura todo...). También expresas cómo el hombre es un lobo para el hombre o lo que es lo mismo "pocas figuras hay más terroríficas que el ser humano". Y también señalas una fórmula de Allen "la combinación de tiempo y drama acababan formulando la comedia"... de nuevo otra estrategia de supervivencia (yo misma me veo contando a veces pequeñas tragedias de mi existencia al cabo del tiempo en tono de comedia... aunque en el momento en que lo viví sólo me salían lágrimas de los ojos)... Para así concluir el valor de un documentalista como Lanzmann y la necesidad de sus trabajos cinematográficos... porque de pronto hay alguien que trata de remover nuestros mecanismos de supervivencia para que no haya olvido y sí memoria... para que seamos conscientes de lo grave y complejos que fueron ciertos momentos históricos...
ResponderEliminarAsí que después de descubrir hace muy poco (y porque un diario facilitó los dvd) SHOAH ahora sí que quiero abordar EL ÚLTIMO DE LOS INJUSTOS, después también de descubrir este año la figura de Hannah Arendt a través de la película de Margarethe von Trotta donde cuenta cómo la filósofa tras asistir al juicio de Adolf Eichmann elaboró su teoría de la banalización del mal pero también tocó otro tema polémico y es que cuestionó la actuación de los consejos judíos. Un punto controvertido el analizar cómo los miembros de estos consejos, en los guetos, participaron en las deportaciones. Y ahí es donde el documentalista de SHOAH aporta al sacar a la luz la entrevista que realizó a Benjamin Murmelstein, único jefe judío de los ghettos nazis que consiguió sobrevivir al Holocausto...
Sin duda hay algo que es cierto y lo señalas en tu crítica y que vuelve a mostrar la dificultad de trabajos documentales como el de El último de los injustos... hay ciertos acontecimientos que “no se puede contar. Nadie puede imaginar lo que pasó aquí” y por lo tanto más complejo es 'juzgar' lo que tuvieron que hacer o cómo tuvieron que actuar algunas personas para sobrevivir.
Besos
Isabel
Hola Isabel.
EliminarSí, pasando de Pete Doherty a Adolf Hitler me compliqué un poco la vida y es completamente comprensible que cualquiera se pueda perder en mi entradilla pero vamos, evidencias en tu primer párrafo que lo has entendido perfectamente.
Sin haber terminado Shoah pero habiendo alucinado con su primera mitad tengo que decir que, entre las dos, yo creo que me voy a quedar con El último de los injustos. Quizás por focalizar gran parte del documental en una persona, que como comentaba Jordi, tiene una historia llena de ambigüedades y que nadie ha podido (ni podrá) resolver del todo. No deja de ser un antiheroe o un enorme antagonista y este tipo de personajes (ficticios y reales) a mí me encantan.
P.D. Adolf Eichmann también tiene mucho peso en esta historia.
Un abrazo.
Aron.