“Una vida sencilla” (“Tao jie”, Ann Hui, 2011)
El
cineasta clásico norteamericano Henry Hathaway esbozó una personal teoría sobre
la “química de los actores”, según la cual de que esta fuera lo más lograda
posible dependía el mejor o peor resultado de una película. La que experimentan
la veterana Deanie Ip y el habitualmente hierático Andy Lau en “Una vida
sencilla” es de una excepcional fluidez, aunque de una cualidad distinta a la
que fundamentaba la visión de Hathaway, que iba más orientada hacia la erótica
de la pareja protagonista o hacia la rivalidad del héroe y su antagonista que
articulaban tantos relatos del Hollywood en el que trabajó. Esa cualidad, en la
película de la curtida directora hongkonesa Ann Hui, es la de un vínculo
afectivo entre una anciana y un joven en la treintena, pero que no es el de
madre-hijo, sino el de una fiel criada de familia y uno de sus jóvenes
miembros.
Una
historia que, autobiográfica por la parte de su productor y coguionista Roger
Lee, parte de un prólogo que describe el proceso de cuidados que ejerce la
anciana sobre el joven Lee para, a partir de que aquella es víctima de una
apoplejía, invertir los roles y exponer la nueva vida a la que ella se verá
confinada en una residencia de ancianos mientras se va deteriorando su salud,
siempre bajo la tutela del joven.
Todo
acontece con un ritmo distendido, en un relato marcado por la naturalidad en la
forma de encarar el ciclo de la vida (influencias del taoísmo y el budismo zen,
junto con la peculiaridad de que la protagonista sea católica), pudoroso en sus
momentos más dramáticos, con colores más bien apagados, pero que saber da
cabida a notas humorísticas y a una sobria celebración de los placeres de la
comida. Y si bien estamos ante una narración muy orientada hacia lo esencial, se
deslizan algunos pocos reflejos de la masificada vida en Hong-Kong, con sus
viviendas como colmenas.
La
conclusión es emotiva y escueta. Los cineastas, en una elección de gran
elegancia moral, toman a un personaje cuyo rol ha sido hasta entonces
fundamentalmente cómico para rendir el último tributo a la protagonista, al
modo en que Minnelli reformulaba a Dean Martin y su jocoso sombrero para un
idéntico propósito al final de “Como un torrente”.
Deanie
Ip recibió por su papel la Copa Volpi a la mejor actriz en el ya lejano
festival de Venecia de 2011.
Un placer leer una crítica tan elegante y documentada. Me gusta mucho tu manera de arrancar la crítica, vía Hathaway. A mí la película me gustó por su pudor tan oriental a la hora de afrontar lo más dramático: este material podría dar resultados vergonzosos en una película americana. La única cosa que me hizo levantar ciertas suspicacias sobre la película es que sea la historia de su propio producor: ¿estará embellecida?, ¿es un homenaje a la anciana o un auto-homenaje a la bondad de propio productor?
ResponderEliminarPara mí ese factor también complica un poco el problema de clase que subyace en la película y que podría llevar a interpretarla como un canto a la buena servidumbre, frente a esas criadas tan contemporáneas, tan poco entregadas y tan respondonas que aparecen en la escena del "casting" de criadas.
un abrazo,
jordi
Hola Jordi,
ResponderEliminarSobre las suspicacias que comentas, a mí también me asaltaron a veces, en efecto es posible que haya embellecimiento de su propio rol por parte de Roger Lee (también alguna autocensura, como a su puritanismo frente al anciano aficionado a las prostitutas). No obstante, creo que acaba pesando más el homenaje a la anciana y que consigue que se pase por alto ese probable autoelogio en buena parte del metraje.
El problema de clase también se mueve en el plano de la ambigüedad, y el ejemplo de la escena del casting que pones es quizás el más evidente, pero ¿cómo interpretar el hecho de que él se deje identificar como el yerno de ella a ojos de los otros ancianos de la residencia?, ¿una prueba más de autocomplacencia?, ¿o un cuestionamiento de la diferencia de clases teniendo además en cuenta que las relaciones del productor con la anciana son notoriamente más fluidas que con su propia madre?.
Un abrazo,
Javier