miércoles, 22 de enero de 2014

La gran belleza de Paolo Sorrentino


“Viajar es muy útil, hace trabajar la imaginación. El resto no son sino decepciones y fatigas. Nuestro viaje es por entero imaginario. A eso debe su fuerza. Va de la vida a la muerte”. Así empieza La gran belleza, con una cita de Louis Ferdinand Celine y su obra Viaje al fin de la noche. Y ahí está el tono de la película de Paolo Sorrentino. Un “viaje imaginario” por el estado anímico de Jep Gambardella (Toni Servillo), un periodista de la elite social y cultural romana además de autor de una única novela. Al igual que hizo con Cheyenne (Sean Penn), antigua estrella de rock, en Un lugar donde quedarse, Sorrentino crea un universo especial para el personaje y después ‘ilustra’ su viaje vital.

Esta vez el universo de Jep Gambardella es creado en una Roma nocturna muy especial, una ciudad mítica que ha sido filmada a lo largo de la historia del cine, representada. Y no se queda con la Roma neorrealista de Rossellini sino con los ecos de la Roma de Fellini… pero en el siglo xxi. Una Roma de contrastes. Una Roma de percepciones. Una Roma imaginaria en el inconsciente de Gambardella. De esta manera Sorrentino convierte a la ciudad en un personaje igual de vivo y complejo que el propio Gambardella. Tanto es así que lo primero que presenta, antes que el personaje, es Roma.

Las primeras imágenes de La gran belleza atrapan la esencia de la película de Sorrentino. Sin embargo en ellas no aparece el protagonista ni su trouppe de amigos y conocidos. Conocemos el universo que atrapa a los personajes, Roma, una ciudad que amanece. Sus gentes, sus monumentos y sus ruinas. Un cañón es disparado. Los turistas madrugadores, mujeres solitarias leyendo la prensa. Unas campanas… un coro femenino que ensaya. Un sin hogar en un banco. Un hombre que se lava en la fuente. Un autobús de turistas japoneses que empiezan su visita a la ciudad… Uno de ellos se aleja del grupo y de la explicación de la guía. Lleva una cámara de fotos. Se para frente a una enorme balconada que deja ver la belleza de una Roma que despierta, los tejados. Saca fotos y sonríe. Se quita el sudor de la frente y cae desfallecido. El coro sigue cantando. Un momento de gran belleza con la presencia de la muerte. La fragilidad del ser humano que en cualquier momento puede quebrarse, en el momento más hermoso. De la vida a la muerte. De pronto un grito rompe la tranquilidad de la escena… Asistimos a la fiesta alocada hasta el amanecer en la terraza del protagonista pero tardaremos bastante en saber quién es…

El escritor Jep Gambardella nos recuerda a un Marcello Rubini (Marcello Mastroianni, sin adjetivos) que se ha hecho mayor y sigue, sin embargo, pululando por la noche romana consciente de su propia decadencia y desgaste como de la de todos los que le rodean. La gran belleza es una dolce vita del siglo xxi. Aun así, él sigue buscando aquello que le haga de nuevo escribir una segunda novela, la gran belleza. Mientras es un periodista cínico capaz de burlarse de sí mismo o de artistas que realizan perfomances a lo Marina Abramovic o de abrir los ojos (sin piedad y con crueldad) de una amiga aburguesada que se tilda rebelde, o de atesorar un recuerdo de juventud que quizá dé un sentido a lo vivido… Es cruel y tierno. Despreciable y triste. Interesante y frívolo. Divertido y patético. Sabio y estúpido. Playboy y romántico… Jep se siente cada vez más mayor y desencantado pero no puede dejar la noche… Roma le atrapa. Una Roma nocturna llena de personajes singulares… Y Sorrentino atrapa a los espectadores con una fuerza visual hipnótica y una música que envuelve. Y logra captar la gran belleza, esa que convive también con lo sórdido, con lo decadente, con la nada… Una Roma en la que se encuentra lo más tradicional y antiguo con una modernidad que arrasa con todo. Una Roma donde se siente lo frívolo y superficial pero también lo más espiritual y trascendente. Una Roma de contrastes donde pasea el turista, el solitario, el sin hogar, el intelectual vacío o el corrupto silencioso. Una Roma que arrastra una historia de desencanto político y social…


En todo viaje imaginario entra el inconsciente. De eso entendían los surrealistas. Hay una anécdota sobre una jirafa que desapareció misteriosamente en un jardín. La jirafa fue creada por Giacometti y sus manchas contenían unos textos de Luis Buñuel (existe cierta querencia por este animal por parte del realizador que tiró una jirafa por la ventana en La edad de oro). La jirafa era un artilugio, ideado por ambos artistas, para sorprender y para decorar una fiesta de unos nobles franceses (‘productores’ del cineasta aragonés), los Noailles. También Gambardella se topa con una jirafa de carne y hueso en unas ruinas romanas… y un mago la hace desaparecer ante sus ojos… Lo bello, lo inconsciente, lo imposible…, la libertad dentro de los viajes imaginarios, interiores, que van de la vida a la muerte. Jep Gambardella ‘viaja’ entre la lucidez y lo inconsciente, entre la realidad y lo imaginario, su mente se encuentra entre dos mundos… A veces reposa en su cama y mira el techo que se transforma en un mar azul. Quizá el único sentido de su vida es encontrar esa gran belleza… pero está tan cansado…

Isabel Sánchez

2 comentarios:

  1. Preciosa crítica, Isabel, y valiosa anécdota de la jirafa (que ignoraba por completo). Mis problemas con la película tienen que ver justamente con esa textura felliniana que me molesta demasiado por lo que tiene, por pate de Sorrentino, de intento de medirse con el Maestro, de afirmarse como su sucesor natural.
    Está muy bien la manera en que vas detallando las ambivalencias del personaje.
    Sólo hay un error que quiero señalar y que he visto en otras críticas sobre la peli: la fiesta de la segunda escena es en una discoteca y no en la terraza de Gambardella. ¿Cómo queréis que quepa tanta gente allí?

    un abrazo,

    jordi

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  2. Querido Jordi: me atrajo mucho el personaje de Jep Gambardella y sus ambivalencias. Al principio de la película su personaje me causaba rechazo y me caía fatal y sin embargo poco a poco hasta el final me iba seduciendo totalmente con sus ambivalencias incluidas.

    Es cierto que es inevitable pensar en Fellini al ver La gran belleza pero yo lo viví como una forma de representar una Roma que está presente en el imaginario colectivo. Me atrajo también esa Roma.

    Me encantó la anécdota de la jirafa, la lei en el nuevo libro de Ian Gibson, Luis Buñuel, la forja de un cineasta universal. Le dedica varias páginas y me resultó super interesante.

    Y tienes toda la razón respecto a la puntualización de la terraza de Gambardella y la primera fiesta que vemos, qué lapsus... pero por cierto qué terraza más alucinante tiene...

    Besos y gracias mil
    Isabel

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